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por Mario Ballesteros

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1945, Leningrado, la ciudad despierta cada mañana antes de que el sol despunte para acudir al trabajo. El pueblo arremolinado ante las paradas de los tranvías que les llevarán a sus quehaceres diarios se pregunta si hoy conseguirá hacer dos comidas y, con algo de suerte, llevar algo de fruta para la cena. La ciudad lucha por reconstruirse y dejar atrás el horror de la Segunda Guerra Mundial. Siéntense, abríguense y conozcan la historia de Iya y Masha.

Iya (Viktoria Miroshnichenko) una excombatiente del ejército ruso se gana la vida trabajando como enfermera en un hospital de soldados, sufre de un particular caso de estrés postraumático que le hace paralizarse en los momentos menos esperados. Por otra parte, Masha (Vasilisa Perelgyna) vuelve del frente para reunirse con Iya y, junto a ella, intentar recomponer su vida. Esta es la historia de dos mujeres que intentarán de manera desesperada sacudirse las heridas con las que la guerra ha manchado su vida y sus propios cuerpos.

1945, Leningrado, la ciudad despierta cada mañana antes de que el sol despunte para acudir al trabajo. El pueblo arremolinado ante las paradas de los tranvías que les llevarán a sus quehaceres diarios se pregunta si hoy conseguirá hacer dos comidas y, con algo de suerte, llevar algo de fruta para la cena. La ciudad lucha por reconstruirse y dejar atrás el horror de la Segunda Guerra Mundial. Siéntense, abríguense y conozcan la historia de Iya y Masha.

Iya (Viktoria Miroshnichenko) una excombatiente del ejército ruso se gana la vida trabajando como enfermera en un hospital de soldados, sufre de un particular caso de estrés postraumático que le hace paralizarse en los momentos menos esperados. Por otra parte, Masha (Vasilisa Perelgyna) vuelve del frente para reunirse con Iya y, junto a ella, intentar recomponer su vida. Esta es la historia de dos mujeres que intentarán de manera desesperada sacudirse las heridas con las que la guerra ha manchado su vida y sus propios cuerpos.

Kostamir Bogolov (Más cerca) se erige con esta segunda cinta como uno de los directores más prometedores, a la par que precoces del panorama europeo actual. La cámara azota al espectador con secuencias en las que el movimiento a veces compulsivo, otras muchas sosegado hasta el extremo, nunca a deja al espectador a más de dos palmos de sus protagonistas convirtiéndonos en testigos violentamente impávidos del drama de estas dos mujeres que buscan  dar un sentido a su vida después del sin sentido de la guerra. La fotografía dirigida con una gran sensibilidad pictórica, retrata los interiores de este Leningrado de postguerra donde el ocre y el verde dominan cada cuadro de la película, dos colores salvajes que representan el deseo, como si fuera un grito, de nuestras protagonistas de dejar atrás los escombros de su pasado. Y al fondo, una banda sonora elaborada sólo y exclusivamente a partir de los sonidos que emiten nuestras protagonistas; la respiración, la risa, tragar saliva conforman un mapa  sonoro que habla también del mundo interior de Iya y Masha.

Pero sobrevolando todo esto se encuentra el enorme trabajo  interpretativo que firman las dos actrices, con una entidad arrolladora que cumple con nota la exigencia emocional que la cinta demanda y nos hacen empatizar en todo momento con la desesperada búsqueda de felicidad a las que se ven avocadas irremediablemente.

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No me cansaré de decir que el cine necesita más películas con protagonistas femeninas, que hablen del papel de la mujer en la historia, porque de lo contrario nunca la entenderemos por completo y es en este sentido Beanpole una película doblemente valiente. Valiente por despojar de toda épica la victoria en una guerra que, como todas, nunca debió ser, que nos muestra sus consecuencias tal y como fueron, las del pueblo, que pasa hambre, el mismo que se hacina en vagones de tranvía, que pierde seres queridos y es obligado a seguir con la mirada alta. Valiente porque la lucha de sus protagonistas habla de mujeres fuertes,  mujeres cuya única opción es una huida hacia adelante en un mundo que se ha desmoronado, que se les echa encima, mujeres a quienes les es reconocida su importancia en la guerra, porque a veces se nos olvida que esta fue la guerra con mayor participación femenina de la historia y, más allá de eso, se atreve a preguntarse sobre el poder sanador de la maternidad, donde sus protagonistas se preguntan con dolor si el tener un hijo es la mejor manera de curar sus traumas, de dejar atrás el pasado, de si el amor por un niño tiene el poder de redimir el horror de una vida entera. 

Como les decía, vayan a ver Bonepole abrigados, o mejor, no lo hagan y salgan del cine con el frio que transmite esta película calando sus  huesos. Entonces busquen el calor de un abrazo, quizá la mejor manera de recordarnos que estamos vivos, de lo afortunados que somos. Igual en ese momento podamos pensar que la felicidad, a través de los ojos de nuestros seres queridos, todavía es posible.

Calificación de la película
4/5

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