Precedida de su éxito en la pasada Berlinale y gracias a la inestimable osadía de la distribuidora Good Films, se estrena en España el debut en el largometraje de la directora rumana Adina Pintiliae. Un film descarnado, desnudo, que se deja mecer consciente entre la apariencia documental y la intención ficcional, al menos de pequeños elementos ficticios que ayudan al desarrollo restando densidad al texto y añadiendo significado. Pintiliae pone todas las cartas sobre la mesa, huye de clasificaciones y se lanza al vacío en una búsqueda de respuestas de plena y difícil sinceridad de quienes han accedido a dejar violentar su alma, hasta desgarrar con la mirada inquisitiva de la autora su intimidad más inconscientemente reprimida. Pasar de la pulsión al logos, la traducción a palabras de las emociones y la plasmación de estas en la diversidad de propuestas sexuales, juegos sexuales, rechazando el tabú de la sexualidad, reconvertir lo natural en natural, dando visibilidad a los cuerpos imperfectos de la generalidad. El cuerpo sin fronteras, el sexo como medio de expresión, como un arte. Cuando se introduce en el submundo de estética perturbadora -y lynchiana- de la orgía, tríos, y bondage, Pintiliae la concluye un tanto abruptamente cuando parece hacerse patente entre los participantes la cámara testigo de su arte, un arte no concebido como exhibicionista, sino íntimo. La renuncia a esa intimidad se produce con objeto de variar la perspectiva del público vouyeur, así como cambia la de Thomas cuando comprende la delicada relación de Grit con Christian, con una deformación y parálisis acuciante. Muestran su equilibrio, confianza, afecto, naturalidad, seguridad, deseo, todas las piezas encajan.