por Adelaida Valcarce
A estos primeros instantes, le siguen la vida picaresca de la actualidad en una ciudad sucia, contaminada, de puro vertedero, y en medio, el protagonista que, como un buen salvaje, se comporta bondadosamente en todas las situaciones, permaneciendo impoluto frente a las vanidades, a las riquezas, al caos y al pillaje, resaltando solo lo que en este mundo es realmente importante, la amistad verdadera y la lealtad. Lazzaro es el paria de los parias y entre ellos resucita, convirtiéndose en intemporal. Su bondad topa constantemente con las injusticias y la incomprensión de los demás que le tratan como a un deficiente.
El mérito de esta delicia cinematográfica es de un guion excepcional pero también del particular buen hacer de la realizadora, que muestra las miserias humanas igual que hizo Lars con Trier en Dogville, con una sensibilidad extraordinaria. También contribuye a este éxito un actor debutante, Adriano Tardiolo, que encarna esa mirada limpia que golpea nuestras conciencias y nos señala las injusticias del sistema desde la pantalla.
En palabras de la directora, Lazzaro feliz es “una historia de renacimiento y de la inocencia que, a pesar de todo y de todos, vuelve para perseguirnos y atormentarnos”. Porque en este mundo donde reina la codicia aún queda un resquicio por el que asoma tímidamente la esperanza del hombre bueno. Son pequeños destellos que terminan aplastados por la realidad. Por una realidad tan dura como la situación de los personajes desheredados y excluidos de la sociedad. No se puede dejar pasar esta película, verdadero cine político, poético, terrenal pero lleno de misticismo. Un verdadero prodigio.