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por Carolina Becerra
La película es una comedia dramática de humor absurdo y hasta cierto punto un tanto surrealista, que trata con toques de originalidad el argumento. Por un lado nos sumerge en temas como la burocracia, el estatus, los roles que se cumplen dentro de la sociedad, la visión del otro sobre uno mismo, lo correcto e incorrecto, y por el otro indaga en temas más personales como la cotidianeidad, la amistad, la familia, el amor, la fidelidad, y la duda existencial más grande ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿por qué existimos?.
A Luchetti le encanta el juego del tiempo, que por un lado es literal, vemos en tiempo real lo que Paolo hace durante la última hora y treinta y dos minutos de su vida (duración real de la película); y por el otro es poético, dilata los momentos vividos por él y salta a su antojo de situación en situación como quien está en un sueño, haciendo conexiones arbitrarias entre los recuerdos a los que le da importancia el protagonista.
El filme está trabajado desde la naturalidad, desde la simpleza, la honestidad, y sin juicios morales a los comportamientos de los personajes. Aunque esa simpleza le juegue también un poco en contra, al divagar demasiado por los mismos temas y diluir la tensión del conflicto y la necesidad del personaje de aprovechar esos breves minutos que le quedan de vida. Pero luego también al engrandecer los momentos se perdería el planteamiento mismo de la película, de fijarse en lo que usualmente no nos fijaríamos, las pequeñas partes de la vida, pero sobre todo que aun a pesar de estar a las puertas de la muerte, probablemente nos comportaríamos de la manera en la que lo hemos hecho siempre.
La alegría de las pequeñas cosas es una cinta afable, entretenida, una reflexión amable sobre la existencia y sus pequeños detalles.
