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por Ricardo Garijo
Tras su paso por la 68 Edición de la Berlinale, donde gano el Oso de Cristal y el Premio Especial del Jurado Joven, llega a cartelera la segunda película del director suizo, Germinal Roaux. Un filme de actualidad, que alude a la crispación social que divide a Europa, debido a su postura hacia los refugiados que llegan en busca de asilo.
Fortuna recibe su nombre de la protagonista, una niña etíope de 14 años que, tras ser separada de su familia en la frontera italiana, es enviada a convivir con otros refugiados en un monasterio católico de los Alpes suizos. Durante el invierno tienen lugar incidentes que intervienen con la apacible vida de los monjes, lo que les hará reflexionar sobre si de verdad son capaces de ayudar; el futuro de todos y el de Fortuna quedan en el aire.
Tras su paso por la 68 Edición de la Berlinale, donde gano el Oso de Cristal y el Premio Especial del Jurado Joven, llega a cartelera la segunda película del director suizo, Germinal Roaux. Un filme de actualidad, que alude a la crispación social que divide a Europa, debido a su postura hacia los refugiados que llegan en busca de asilo.
Fortuna recibe su nombre de la protagonista, una niña etíope de 14 años que, tras ser separada de su familia en la frontera italiana, es enviada a convivir con otros refugiados en un monasterio católico de los Alpes suizos. Durante el invierno tienen lugar incidentes que intervienen con la apacible vida de los monjes, lo que les hará reflexionar sobre si de verdad son capaces de ayudar; el futuro de todos y el de Fortuna quedan en el aire.
La película posee un ritmo pausado, gozando de un matiz contemplativo, como la vida que los monjes intentan llevar. Se nos muestra la convivencia entre ellos y los refugiados, quienes pasan a encargarse de gran parte de las labores de mantenimiento y hogar, a cambio de refugio y alimento.
Destaca la interpretación de Kidist Suyum, quien da vida a la niña protagonista, en su segundo rol para la gran pantalla tras su trabajo en Efraín (Lamb, 2015; Yared Zeleke). Sus escenas con el magnífico Bruno Ganz, en uno de sus últimos trabajos, destacan por su sensibilidad y sutileza.
La nueva obra de Roaux, al igual que dice el personaje de Ganz, no “busca sermonear” o aleccionar, sino ser una efímera visión de las distintas realidades que existen, algunas de ellas que suelen permanecer invisibles.
Este contraste, apoyado por la magnifica fotografía en blanco y negro, se suma a la decisión de rodar en un 4:3, que ayuda a reforzar el sentimiento de enclaustramiento en el monasterio rodeado de montañas y nieve. En cierto momento, decantándose por encuadres menos convencionales, que acentúan el sentimiento de constreñimiento que pueden sentir ambas partes: tanto los monjes que ven su hogar y su vida invadida por los refugiados, como los extranjeros que se ven obligados a habitar estos gélidos paisajes hasta que su situación se resuelva.
Lejos de ofrecer respuestas, el filme nos invita a pensar. A reflexionar sobre conceptos que damos por hechos, como son la bondad o la justicia, pero que cuando conllevan un sacrificio o un esfuerzo de empatía nos resultan ajenos. Las preguntas acompañan al espectador mucho después de que este abandone la sala.
