DIANA

por Dita Delapluma

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Afiche película Diana

Lo reconozco: estoy malacostumbrada. Sí. Estoy habituada a que el cine mime mis oídos, y a no tener que hacer el menor esfuerzo por entender a los actores. Tanto el extraordinario doblaje español, como el teatro, como el cine español clásico, me han acostumbrado a escuchar siempre una dicción perfecta, me han hecho creer que hasta un vendedor de drogas barriobajero y sin estudios, pronuncia con toda pulcritud, y no se come ni la “d” de un participio. ¿A qué viene todo esto? A que cuando me encuentro con unos actores que tiran las palabras en lugar de pronunciarlas, que se comen las letras y que rozan las palabras al hablar, mi inmersión cinematográfica se va al cuerno. No soy capaz de creerme una actuación así, paradójicamente más realista, pero para mis oídos, inaceptable.

Es lo que me pasó con la cinta Diana, un thriller con tintes eróticos muy atractivo, pero muy mal actuado. A apenas dos minutos del comienzo, aquélla pronunciación rozada y descuidada me chirriaba tanto que me era imposible mantener la atención. Me di cuenta de los cortes de cámara, de los fallos de vestuario (ahora tengo la bata puesta, ahora no, ahora sí, ahora no… A ver, nena, ¿eso es una bata, o un código morse?), pero no lograba meterme en la historia porque las actuaciones estaban más frías que una conserva de pingüino.

 

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En sí, la historia está bien. Tiene una buena base, un desarrollo cumplidito y pleno de justicia poética. Pero me resultó muy mal llevada. Si hubiera estado bien actuada, su excesiva duración (una hora y cuarenta y cinco minutos para una cinta que es un corto alargado, que con una hora como mucho sería más que suficiente), quizá no fuese tan árida, pero ante una cinta en la que las actuaciones son muy justitas, esa duración es poco menos que una tortura.

Reproducir vídeo

Soy consciente de que soy dura e injusta con un film atrayente, con una historia sólida y llena de la sordidez y el morbo que sólo el mundo de la prostitución, las finanzas y el periodismo pueden provocar. Me doy cuenta de que mi oído mimado, malacostumbrado como decía al principio de este artículo, pesa en exceso en este juicio. Pero para mí, una película es un cúmulo de factores inseparables en el que, si falla uno, el conjunto se echa a perder o, cuando menos, se desluce. Es lo que aquí sucede. Diana es una historia bien construida, con los toques de erotismo sucio y cruel que le son precisos hablando de prostitución; una intriga actual y bien resuelta que nos muestra que el miedo siempre tiene dos caras. Pero una vez más, soy dolorosamente consciente de que en España tenemos a mejores actores doblando las películas, que delante de las cámaras.

Calificación de la película

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