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A duro la preferente

Por Dita Delapluma

La tía de Carlos

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En ocasiones, hay películas que tenemos cierta reticencia a ver o a admitir que nos gustan, y no porque sean realmente malas, sino porque se crea alrededor de ellas una leyenda, un prejuicio del que no queremos formar parte. Así, cintas como El hombre que mató a Liberty Valance o Centauros del desierto, son hoy tachadas sin compasión de rancias o racistas; películas de Esteso y Pajares son calificadas de casposas y machistas, y cintas como la que nos ocupa hoy, son tildadas como “cine para viejos” o “españoladas”. Hoy, en A duro la preferente, La tía de Carlos.

Basada en la obra teatral homónima del británico Brandon Thomas, La tía de Carlos nos presenta una comedia muy divertida, apoyada en el enredo, el travestimos y la suplantación de identidad. Carlos (Ricardo Merino) y Alberto (Luis Varela) ansían casarse con Ana y Laura, hijas de D. Servando (Rafael Alonso), antiguo hombre de negocios hoy casi arruinado y que se opone ferozmente a la boda a no ser que Carlos y Alberto puedan demostrarle que son millonarios y así colocar bien a sus hijas y asegurarse una vejez tranquila. Todo parece arreglarse cuando Carlos descubre que su tía brasileña, potentada de los cafetales y multimillonaria, viene para nombrarle heredero universal, y así se lo dice a Fermín (Paco Martínez Soria), un actor amigo suyo a quien invita para celebrarlo y hacer bulto en la presentación de su tía. La citada señora, ansiosa por conocer realmente a su sobrino y no de forma oficial, se presenta en España a escondidas y sin avisar. Apurados al encontrarse compuestos y sin tía, toman una decisión desesperada: convencer a Fermín para que se disfrace de mujer y se haga pasar por la señora. Un ardid que en principio no se creerá nadie, pero tomará consistencia y complicación cuando empiecen a salirle pretendientes, entre ellos el propio D. Servando.

Igual que casi todas las comedias previas a la Ley Miró y protagonizadas por actores clásicos del cine español, La tía de Carlos es muy divertida, muy bien actuada, con actores que sabían vocalizar y actuar de maravilla, y muy mal valorada en la actualidad. Y no podemos negar que en aquel entonces se hacía un cine de evasión, un cine machista con ideas arcaicas, pero es que la sociedad en pleno, ¡oh, sorpresa!, también era machista y con ideas arcaicas; el cine no hacía sino reflejar la sociedad. Y no podemos sentirnos avergonzados de ese pasado cinematográfico, a no ser que nos avergoncemos también de nuestros padres y abuelos que conformaban esa sociedad. Lo que sería vergonzoso, es que siguiéramos teniendo esas ideas a estas alturas, pero tachar como “mala” una película por el mero hecho de pertenecer a un período histórico determinado, es como pretender que nos avergoncemos de Quevedo por tener ideas que eran normales hace ya casi cuatrocientos años.

La tía de Carlos es una cinta de enredo divertidísima, que merece la pena ser vista sin prejuicios y disfrutada como lo que es: un clásico del cine.

“No puedo olvidar que la primera vez que la vi estaba usted medio desnuda, mi hermanita preciosa”. Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.

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