Durante los años ochenta, y merced a la popularidad que alcanzaron los primeros juegos de rol de Dragones y Mazmorras (aún faltaban años para que empezara su demonización y el absurdo intento de relacionarlos con todo lo satánico), televisión y cine mantuvieron un romance con la fantasía, tan oscura y violenta como la de Cristal Oscuro o Willow, como la de su versión más “purpurinesca”, como es el caso de La princesa prometida, o de Dentro del Laberinto. Tarón y el caldero mágico, por ejemplo, la película de dibujos animados n.º 25 de los estudios Disney, es una obra de culto, pero daba demasiado miedo a los niños y su público objetivo era más bien adolescente; mientras que Legend, aunque era muy hermosa visualmente, resultaba un absoluto pestiño y sólo gustaba a las adoratrices del protagonista Tom Cruise. La princesa prometida, en cambio, no obviaba a nadie: tenía una trama fácil de seguir, pero sólida y atractiva para gustar a todos los públicos, un humor con el desenfado necesario para gustar a los pequeños, daba miedo en su justa medida y también tenía la dosis de romance precisa para ser bonita sin resultar empalagosa. Resumiendo: su público objetivo era todo el maldito mundo, hasta el gato.