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A duro la preferente

Por Dita Delapluma

La princesa prometida

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En la década de los ochenta, el cine se encaprichó de la exploración con los géneros, como en los setenta lo hiciera con los límites del arte y la expresión. Probó a mezclar comedia y terror en Los cazafantasmas, animación e imagen real con ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, o incluso rescató las viejas cintas de aventuras míticas llenas de exotismo con En busca del Arca perdida. Uno de aquellos experimentos consistió en algo que ya se había hecho en décadas pasadas también, como era el llevar un cuento a la gran pantalla, pero ¿funcionaría una fórmula tan clásica y cándida en los cínicos ochenta? La respuesta fue un rotundo Sí. Hoy, en “A duro la preferente”, La princesa prometida.

Una cautivadora y proporcionada mezcla de aventura y fantasía al más puro estilo clásico.

La acción transcurre en una línea narrativa doble. Por un lado, la realidad de un niño (Fred Savage) convaleciendo en su casa tras una enfermedad, a quien viene a visitarle su abuelo (Peter Falk, más reconocido como Colombo) y a traerle un regalo que, para la decepción -en principio- del chiquillo, es un libro. Pero ese libro se convertirá en la puerta a la segunda línea narrativa: la realidad de la novela, en la que se nos narra una maravillosa historia de aventuras, amor verdadero, intrigas, duelos a espada, milagros…

Como hemos dicho, la idea no era ni remotamente nueva: ya en décadas pasadas se habían visto películas como El pequeño gigante (George Pal, 1958) que comenzaban con un libro abriéndose y una voz en off presentando la historia, que en aquél caso era una revisión de Pulgarcito. Tampoco la concepción de dos realidades era nueva, ya había sido utilizada para la adaptación de La Historia Interminable en 1984, es decir, tres años antes de nuestra película de marras. Sin embargo, pese a no contar con puntos que pudieran ser calificados como absolutamente originales en su concepción, sí los tuvo en su tratamiento, al ser una cinta que mezclaba alegremente las aventuras de capa y espada con la fantasía, el romance y el humor, y todo en su justa medida, para que ni padres, ni hermanos mayores, ni niños, apartasen por un momento los ojos de la pantalla. Ese fue su acierto.

El romance del cine de los años 80 con el cine de aventuras y la fantasía concebida para los públicos más variopintos

Durante los años ochenta, y merced a la popularidad que alcanzaron los primeros juegos de rol de Dragones y Mazmorras (aún faltaban años para que empezara su demonización y el absurdo intento de relacionarlos con todo lo satánico), televisión y cine mantuvieron un romance con la fantasía, tan oscura y violenta como la de Cristal Oscuro o Willow, como la de su versión más “purpurinesca”, como es el caso de La princesa prometida, o de Dentro del Laberinto. Tarón y el caldero mágico, por ejemplo, la película de dibujos animados n.º 25 de los estudios Disney, es una obra de culto, pero daba demasiado miedo a los niños y su público objetivo era más bien adolescente; mientras que Legend, aunque era muy hermosa visualmente, resultaba un absoluto pestiño y sólo gustaba a las adoratrices del protagonista Tom Cruise. La princesa prometida, en cambio, no obviaba a nadie: tenía una trama fácil de seguir, pero sólida y atractiva para gustar a todos los públicos, un humor con el desenfado necesario para gustar a los pequeños, daba miedo en su justa medida y también tenía la dosis de  romance precisa para ser bonita sin resultar empalagosa. Resumiendo: su público objetivo era todo el maldito mundo, hasta el gato.

La princesa prometida, un ejercicio de género y de estilo casi perfecto

Así, La princesa prometida se convirtió en un ejercicio de equilibrio comercial cuasi perfecto, ya que era, y sigue siendo, una película que gusta a todos y una de las predilectas para las sobremesas navideñas. Hoy en día ya es un clásico del cine, una de esas cintas que nunca aburren y pueden verse una y otra vez.

Si el mundo estuviese hecho de oro, los hombres se matarían por un puñado de tierra”. Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.

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