por Dita Delapluma
A duro la preferente.
Una historia bonita, necesita una música bonita. El cine siempre ha sabido esto y ha acompañado sus historias con melodías acordes a las mismas. No pocos compositores se han consagrado en Hollywood, y Mark Knopfler es uno de ellos.
Aunque a veces le han acusado de abusar de algunos acordes o pasarse de azúcares en sus composiciones, la melodía que acompañaba a la historia que nos ocupaba hoy, podía permitirse el lujo de estar bañada en sirope y rebozada con azúcar. Porque se trataba de una historia de Amor Verdadero. Es cierto que El Abuelo Colombo (Peter Falk) usaba también otros atractivos como la esgrima, piratas o milagros para hacérsela atractiva a su convaleciente nieto, el entonces imberbe Fred Savage, pero era la historia de amor la que llevaba el mayor peso en la historia, y ello sin que resultara aburrida o empalagosa, ni siquiera a los más pequeños. Me refiero, como sin duda ya habréis adivinado, a una de las joyas de los ochenta: La princesa prometida.
El gran acierto de la cinta fue precisamente, el de mezclar ingredientes con tal acierto, que todo quedaba en su justa medida. Los niños podíamos centrarnos en la parte cómica y aventurera de la historia, mientras que nuestras hermanas mayores podían centrarse en la parte romántica.
Convertida ya en un clásico del cine, La princesa prometida no sería lo que es sin haber contado con su magnífico elenco de actores, con sus golpes de humor, de metanarración, con uno de los duelos de esgrima más recordados del cine y con la presencia sobresaliente (y nunca mejor dicho) del luchador André el Gigante como Fezzik, pero uno de sus aspectos más dulces, es la dulzura de su banda sonora, cuyo tema central os enlazo: