por Dita Delapluma
A duro la preferente.
En estos tiempos de corrección política y animalismo, el hablar de una película llamada El cazador, puede parecer casi un suicidio. Sin embargo, es una película que -de labios de aquéllos que practican este deporte- refleja de forma muy acertada los sentimientos de aquéllos que tiran con escopeta.
En la cinta, vemos a cuatro amigos (Robert de Niro, Christopher Walken, John Savage y el desaparecido John Cazale. Se trató de su última película. Debido al estado avanzado en que se encontraba el cáncer que le llevó a la muerte, la productora no pensaba darle el papel. De Niro, gran amigo de Cazale, intercedió por él y exigió que le dieran el papel. Las escenas en las que aparecía Cazale fueron las primeras en rodarse, y el actor no llegó con vida al estreno.) saborear sus últimos momentos antes de partir hacia Vietnam, experiencia que a cada uno le marcará de una manera, y donde todos dejarán la salud en mayor o menor medida. A su regreso, tendrán que rehacer sus vidas, y eso pasará por empezar por rehacerse a sí mismos. En el papel protagonista, de Niro encarnará una de las escenas más cargadas de simbolismo y poesía de la genial cinta, al perseguir, como cazador que es, a un ciervo por el monte.
«Eso es lo bonito de la caza», suele decir mi padre, cazador deportivo también, cuando ve la escena. «Seguir el rastro, leer las huellas, esperar… perseguir. Y finalmente, apuntar. Tener el tiro perfecto en el dedo, uno solo, porque el que necesita pegar dos, no es un cazador, es un carnicero.».
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