Nos encontrábamos en el año 1946, la Segunda Guerra Mundial acababa de terminar y, en medio de una era de paz que se suponía iba a ser eterna (…ya), muchas compañías se dieron cuenta de que estaban tan llenas de hermosos ideales como vacías de dividendos, y Disney fue una de ellas. Después de haber tenido que despedir a gran parte de su plantilla y no obtener beneficios durante los años de la contienda, la producción de cortos antinazis le había dado muy buena publicidad, pero muy pocos ingresos, y sólo empezó a recuperarse a raíz de reponer en las salas BlancaNieves y Pinocho. La Disney necesitaba desesperadamente un nuevo largometraje, pero no tenía animadores suficientes, ¿qué hacer entonces? Muy fácil: una película que mezclase imagen real, con la animación.