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por Mario Ballesteros

Calificación
2/5
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¿La historia sirve al cine, o es el cine que el sirve a la historia? Quizá quepa preguntarse esto después de ver Midway. Más aún porque es género bélico, un tipo de películas que se presta fácilmente a sublimar la épica en la pantalla y, al mismo tiempo, provocar la catarsis en el patio de butacas. Un ejercicio de cine que puede resultar tentador a más de un director, pero que con la misma facilidad se puede tornar un producto vacío, a menudo lleno de clichés y que hace flaco favor a la Historia y sus protagonistas.

Midway narra la serie de acontecimientos que siguieron al devastador ataque por parte del imperio Japonés a Pearl Harbor,  la celebérrima ofensiva que a punto estuvo de dejar el área del Pacifico en manos el ejército nipón en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial y de cómo la armada estadounidense contestó con un contraataque a gran escala en el archipiélago de las islas Midway, un conjunto de islas de gran valor estratégico que reciben su nombre al estar situadas justo a mitad de camino entre Asia y América.

En este marco Roland Emmerich (Independance Day, 2012) hace exégesis de sus señas de identidad como director: catástrofe,  acción y explosiones a gran escala. Elementos que llegan a su máxima expresión en las numerosas escenas de batalla, filmadas con un gusto barroco por llenar de elementos cada fotograma y que sobreestimula al espectador hasta el punto de no saber muy bien hacia dónde dirigir la mirada en según qué momentos. La acción es trepidante en muchas ocasiones, eso es indudable, pero el director abusa de una narración que a menudo recuerda a una estética de videojuego, llena de secuencias en las que las mirillas de los cazas norteamericanos son cámaras subjetivas, que a ratos mantiene la atención y a ratos cansa al ojo del espectador.

Wes Tooke firma su primer guión para la gran pantalla derrochando un exagerado gusto por las conversaciones plenas de testosterona y muletillas patrióticas que, en mi caso, me dejaron más cerca de empatizar con el bando nipón y su hierático, a la par que ceremonioso, sentido del deber que por las machadas del ejército norteamericano, personificadas en su protagonista “Dick Best”, piloto rebelde en tierra y suicida en el aire al que acompañaremos en su proceso de maduración personal a fuerza de catar las consecuencias de sus malas decisiones. En definitiva, un guión accesorio, que aporta los datos justos y necesarios para entender los hechos que acontecieron más allá de la batalla, pero que en su concepción de situaciones y escritura de personajes se queda bastante plano y flirteando con el cliché en más de una ocasión.

Quizá lo más reseñable del film sea su elenco, que mantiene viva la película gracias a su buen hacer como intérpretes. Con un Woody Harrelson (Asesinos natos, True Detective) sorprendentemente contenido, Patrick Wilson (Watchmen) sacando petróleo de un personaje a priori poco agradecido y Ed Skrein (Tau, Deadpool) muy correcto también en su papel del héroe. El resto del reparto, muy coral, cumple con creces en sus pequeñas aportaciones, mención especial la nostálgica aparición de Dennis Quaid (El chip prodigioso). Quizá la peor parte de este elenco se la lleve Aaron Eckhart (El caballero Oscuro) con una historia muy breve y desgajada de la trama principal que desaprovecha su talento. Me encantaría poder destacar alguna interpretación femenina, pero por desgracia se ha tenido muy poco en cuenta a las mujeres en el film, a las que reduce a meras sufridoras de la ausencia de sus heroicos maridos.

Así pues ¿la historia sirve al cine, o es el cine el que le sirve a la historia? Tal vez el género bélico exija al cine una cierta equidistancia entre los acontecimientos que merecen ser narrados y los recursos que el medio proporciona para cómo deben de ser contados, esa mesura entre ficción y realidad que no necesariamente tiene que estar siempre en el justo medio es el talón de Aquiles de este film, que adolece de una falta de reflexión sobre los hechos narrados, plantea pocas preguntas al espectador y se convierte en un quiero y no puedo dentro de su género. Midway se queda, permítanme la bromita semántica, a medio de camino entre el cine bélico y el cine de acción. Mientras tanto el que suscribe se pregunta por qué en lugar de Midway no ver Pearl Harbor, o mejor, el clásico Tora! Tora! Tora!

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