La idea primigenia, la de acotar un espacio tan interesante como la ciudad de Manhattan como si se fuera a convertir en una prisión en sí misma, queda totalmente deslucida ya que no afecta para nada a lo que se quiere contar, no trasciende para nada en la acción y es olvidada tras los primeros compases de la película. La narración y el ritmo es trepidante, pero todo a costa de repetir una larga persecución con escenas calcadas unas de otras y con una gran querencia por la violencia explícita, más propia de una película de Steven Seagal que un thriller policiaco. A cierta altura del visionado el espectador tiene la sensación de estar presenciado un capítulo de una serie de televisión ya que a mitad de la película se hace evidente esa estructura procedimental tan propia de la TV donde mediada la narración uno ya puede intuir con casi milimétrica precisión cómo va a acabar, le den los giros que le den, un poco o mejor o peor, pero previsible en todo caso. Como punto positivo podemos salvar las actuaciones de la dupla de protagonistas que afronta con la intensidad necesaria lo frenético de esta película e imprimen verosimilitud a sus respectivos personajes. Un trabajo que podría haber sido más interesante, se queda en un quiero y no puedo del género, con una correcta ejecución, pero con fallos garrafales en el planteamiento y en el guión.