Si existe algún verano perpetuo en la vida, no es la niñez. Es la adolescencia. Es una época en la que el mundo es una promesa y no una amenaza, en la que nos vemos capaces de todo y empezamos a definirnos como criaturas independientes, con nuestros propios gustos, nuestra personalidad y nuestra manera de decir las cosas o de enfrentarnos a las mismas. En el año 1980, en la Rusia comunista, un grupo de jóvenes decidieron alzar la voz y decir las cosas a su manera, y para ello utilizaron el lenguaje que, desde mucho tiempo atrás, mejor parece comprender y expresar a la adolescencia: la música. Y concretamente, el rock.
Viktor, un joven músico de apreciable gusto rockero, conoce a Mike, músico ya consagrado y a su esposa Natacha, y entre los tres cambiarán la escena de la música soviética y harán, a su particular manera, historia. Puede que parezca una película sobre el despertar de la citada unión de naciones a la modernidad, pero la estética de la cinta hace que esta se traspase a sí misma y nos ofrezca una narrativa visual rompedora y agradable.