por Adelaida Valcarce
España 1921. En la ciudad de Barcelona, enroscada en los conocidos como años del plomo, se produce el asalto a un tren con el objetivo de robar un arsenal de armas. Eran tiempos de matones y anarquistas, que se habían apoderado de las calles enfrentándose además a una policía corrompida. En medio de este clima, llega a la ciudad Aníbal Uriarte (Luis Tosar) para integrarse en un grupo policial, compuesto entre otros por Ernesto Alterio (Días de fútbol, El otro lado de la cama) y Vicente Romero (Celda 211), con la misión de localizar el armamento sustraído. Con este arranque magníficamente ejecutado comienza La sombra de la ley dirigida por Dani de la Torre (El desconocido).
El gran mérito del film es intentar no hacer demasiada demagogia acerca de buenos y malos y mostrar con crudeza las fuerzas del orden corruptas, así como el contrabando y la prostitución. Cuanto más se penetra en los bajos fondos más creíble resulta la trama y más atrapa la atención del espectador. Muy ambiciosas son todas las secuencias que tienen que ver con la vida en el cabaret, verdadero centro de poder y de diversión en aquellos días tal convulsos. Sin embargo la ambiciosa propuesta del director se ve lastrada por la mezcla de géneros lo cual crea cierta confusión y desmerece el resultado. El thriller queda a veces adornado por un exceso melodramático que aporta un toque de pesadumbre poco atractivo. Pero también hay que reconocer que era difícil hablar de tantos temas y hacerlo de forma precisa: la convulsa época previa a la dictadura de Primo de Rivera, el auge del anarquismo y la irrupción de incipientes reivindicaciones femeninas encarnadas en la joven a quien pone voz Michelle Jenner (Isabel, La catedral del mar, No tengas miedo, Julieta).
Donde la película es más precisa es en el retrato de los bajos fondos de Barcelona de la época, lo que denota que ha existido una investigación histórica rigurosa para mostrar la ciudad como realmente era. Técnicamente, La sombra de la ley destaca por su cuidado diseño de producción, especialmente a la hora de recrear la Barcelona de la época, con secuencias muy esclarecedoras sobre la vida urbana. Y aunque se percibe la asistencia digital en algunas secuencias, no por ello dejan de ser menos sorprendentes. A esto se suma la impactante actuación de Ernesto Alterio, quien da vida a un agente apodado “El tísico” y el registro de Luis Tosar elaboradamente ambiguo. Pero quizá el personaje más repulsivo y atrayente a la vez es el del dueño del cabaret, Manolo Solo (Tarde para la ira, La isla mínima) verdadero jefe una mafia hispana que está perfectamente integrada en la vida de la ciudad. Para finalizar, decir que La sombra de la ley es una película que entretiene y que hace disfrutar, gracias también a un impactante montaje y a una esmerada fotografía. Proporcionará al espectador momentos muy gratos y le transportará a épocas pretéritas, impulsándole (quién sabe) a profundizar en la lectura acerca del momento histórico que plasma.