por Carlos Rubio
Tras el inesperado éxito de la primera entrega de Hotel Transilvania, Genndy Tartakovsky, bastante conocido como creador de varias series de animación de éxito, como Samurái Jack, El laboratorio de Dexter, Las Supernenas o Star Wars: las Guerras Clon, se lanzó a explotar al máximo su nueva franquicia. Si bien la segunda entrega perdió el fuelle y la sorpresa de la primera al cortar de la trama a dos de los personajes principales, en esta tercera entrega todos vuelven a la carga para sobrevivir a la prueba suprema que cualquier familia afronta tarde o temprano: unas vacaciones en comandita.
Drácula está cansado. Es más: está agotado. Lleva siglos ejerciendo de anfitrión en su castillo para los turistas. ¿Vacaciones monstruosas? Castillo de Drácula. ¿Retiro vacacional? Castillo de Drácula. ¿Puente vacacional? Castillo de Drácula. Es por ello que Mavis, su hija (recordemos que está casada y tiene un hijo con un humano), le invita por sorpresa a un crucero de lujo por el Triángulo de las Bermudas. Aliterando la mítica frase de Watchmen de “¿Quién vigila a los vigilantes?”, Hotel Transylvania 3 bebe directamente de la frase “¿Tienen vacaciones los que viven de las vacaciones?”.
La película es sencilla y sigue el mismo patrón que las otras dos entregas de esta nueva franquicia, que a este paso explotará el factor “familia” tanto o más que Ice Age. Como os imagináis, Drácula está enganchado a su trabajo y siente deformación profesional, así que la película gira en torno a su resistencia personal a tomarse un más que merecido descanso. Sobre todo porque él es el patriarca de su enorme (y rara) familia y tiene que estar atento a todo. Hasta que cae en las redes del amor: Drácula se embelesa de la capitana del barco, Ericka, de quien Mavis sospecha.
Así pues, el grueso de la película es una burda recreación de la primera entrega, en la que Drácula intentaba evitar que Johnny y Mavis se emparejaran, solo que ahora es al revés: Mavis intenta evitar que su padre caiga en las redes de la extraña Ericka. ¿La diferencia? Que Ericka resulta ser descendiente directa de Van Helsing, el archi-enemigo de Drácula y de todos los monstruos en general.
Genndy Tartakovsky consigue que esta tercera entrega de la franquicia Hotel Transilvania sea diferente a lo visto anteriormente. Por primera vez, demuestra lo que es capaz de hacer como director si se le deja en libertad, así los personajes ya no parecen sacados de cajas de cereales, sino que resultan extraños y llamativos. Todo es diferente por primera vez, a pesar de que repita el 80% del elenco. Sinceramente, creo que el gran problema de esta saga ha sido Adam Sandler. O más bien el “síndrome Adam Sandler”. Me explico: cualquier película en la que este actor forma parte, varía su rumbo para convertirse en una odisea de repetición en la que chico conoce a chica y esta se enamora de él pese a ser un tarugo total (aunque al final se demuestra que no es tan tarugo). Cualquiera diría que Sandler tiene un trauma por superar; además es que todas las películas protagonizadas por él tienen su punto débil en los diálogos (incluso los besugos mantienen diálogos más complejos, a veces)
Más allá de esta queja oportuna, la franquicia tiene un enfocado target que provocará que su espectador potencial no pare a entrar en estos detalles. Es más, la película puede resultar brillante si atendemos a la dinámica del humor slapstick. Es decir, y como ya comenté, las payasadas, caídas y golpes provocan que te rías. La misma fórmula utilizada por los míticos Jackie Chan y Charles Chaplin, pero con personajes animados y trompazos más hiperbólicos. Porque lo grande de estos films son los momentos en los que brota la carcajada o los instantes en los que te quedas ojiplático con las escenas de baile por su derroche de maestría animada. La moraleja, al final, nos la proporciona otra vez Sandler: por muy tonto del haba que seas, o te creas, siempre habrá alguien que sabrá apreciarte en la justa medida.
