por Adelaida Valcarce

Luminosa y preciosista, de colorido almodovariano, El ángel se aleja de la denuncia social, del psicologismo tranquilizador, de la demonización y del ensayo sobre la culpa. Es más, la película puede resultar demasiado complaciente con respecto a la violencia y sus usos. Carlos y su compinche son descuidados, no planifican, se dejan llevar por su instinto y su juventud y eso es precisamente el gran hallazgo del film, la sensación de impunidad que acompaña a sus actos. Se trata de juegos peligrosos que llevan hasta las últimas consecuencias, incluso en el terreno de las relaciones personales y sensuales entre los dos integrantes de la banda. Esa blandura del criminal sería algo chirriante si nos encontraremos ante una biografía realista del verdadero asesino, pero se trata de una aproximación muy libre sobre sus fechorías. A nivel narrativo, la película no da tregua y es adrenalina pura, con algunas escenas visualmente muy potentes. con una nítida influencia por el cine de Tarantino, en todo lo relativo a la estilización visual, y al uso de canciones de los años 70. Especialmente interesante es la relación de Carlos con su madre (Cecilia Roth), una madre abnegada que no repara en los crímenes de su retoño y sí en donde pasará la siguiente noche…

Partiendo esta vez de un guión cinematográfico, se recupera la figura de Carlos Robledo Puch 45 años después de los hechos criminales que se relatan. Y es que el cine nos da esa posibilidad, la de jugar con personas reales y transformarlas en personajes. En el caso de El Ángel, un criminal que aunque tuviera las manos llenas de sangre era capaz de enamorar mientras bailaba (y mataba).