por Adelaida Valcarce
La falta de amor en la sociedad actual y la experiencia de sus propios padres inspiró a Pawel Pawlikowski (Ida), a la hora de filmar Cold War. El director vuelve a demostrar su talento a la hora rodar este film de rotunda belleza, y en palabras propias afirma que su película “está dedicada a una época que nos ha dejado”, en la que hay que lamentar que “todo el mundo parezca distraído”, hasta el punto de resultar inconcebible que en la actualidad “alguien pueda enamorarse como lo hacen los protagonistas, enamorarse tanto que el resto del mundo desaparezca”.
Cold War recrea la Polonia comunista de los años 50 y el París de los 60, siguiendo la historia de dos amantes que son incapaces de vivir juntos pero tampoco separados, amándose por encima de todas las cosas, pero además, la película puede ser vista no sólo como una historia de amor bigger than life, sino también como un documento sobre la imposibilidad del triunfo del amor (como concepto) en unos tiempos en los que la división de la sociedad es un hecho determinante.
Es cine sobre una época de Guerra Fría, como su título indica, pero en realidad podría contextualizarse en cualquier tiempo y lugar. De ahí la grandeza de la narración de este cineasta, que hace transcurrir la acción entre silencios y música, siendo esta última un personaje más que amalgama las escenas de forma brillante. Es cine sobre un país, pero la historia trasciende las fronteras narrando el devenir de esta pareja narrado a lo largo del tiempo en un clima político que inexorablemente les marca.
Uno de los grandes talentos del director polaco es saber concentrar la información en pocas frases y escenas muy concretas, incluso escamoteando momentos vitales para la trama, que se concentra en cortas explicaciones de los protagonistas. No sobra ni una coma, pero tampoco tienes la sensación de que falta. Se trata de una narrativa que cambia lo tradicional y que resulta incluso revolucionaria.
Resulta difícil no comparar la nueva película de Pawlikowski con su antecedente más cercano en el tiempo, aquella multipremiada recreación histórica que era Ida. Ya desde las primeras imágenes que vemos, con esos planos en blanco y negro en los que el encuadre va por encima de las cabezas de los protagonistas, con su formato 4:3, con la representación, en suma, de esa Polonia comunista envuelta en grises exterior e interiormente. Y en Cold war vuelve al mismo formato de pantalla y al uso sobresaliente del blanco y negro.
En la rueda de prensa de presentación de la cinta en Cannes, donde ganaría el Premio al Mejor Director, el cineasta, fuera de su país desde los 14 años, dejó esta profunda reflexión sobre el exilio: “La burbuja política actual se asemeja a la Guerra Fría. La gente se pasó media vida tratando de escapar y la otra media intentando regresar. Así también ha sido para mí. Este filme está dedicado a los polacos, a los verdaderos polacos. No a los que están ahora en el Gobierno”.
Toda una lección de buen cine de la mano un maestro capaz de despojar del drama lo que es melodramático y lograr una respuesta emocional en el espectador incluso con las interpretaciones más hieráticas. En definitiva, un genio.