VICTORIA- por Sofia Pérez Delgado

LA VIDA EN UNA NOCHE

(Artículo publicado originalmente en tierrafilme.com)

Con la hipnótica música de DJ Koze de fondo, una cámara desenfocada nos introduce en el interior de una discoteca, y poco a poco va encuadrando a una chica que baila y parece que ha salido de fiesta sola, algo no demasiado extraño de ver en Alemania. Cuando empieza a hacerse tarde, la chica pide un chupito, se lo bebe y se dispone a marcharse. Pero entonces, conoce a un grupo de chicos con los que enseguida compartirá cerveza, risas y confidencias. Lo que se dice una noche normal. Así comienza Victoria, la última sensación del llamado “joven cine alemán del siglo XXI”, que tras su estreno en la Sección Oficial de la Berlinale (donde fue galardonada con la mejor fotografía), obtuvo seis Premios del Cine Alemán, incluido el de mejor película, y ha pasado de forma exitosa por el reciente Festival de Sitges.
La primera hora de Victoria está llevada de forma impecable. A partir del encuentro aparentemente intrascendente de la protagonista que da título a la película con esos chicos con los que congenia, se realiza una disección de cómo la crisis ha afectado a la juventud, no solo en el terreno laboral (Victoria es una madrileña que trabaja desde hace solo unos meses en Berlín), sino en cómo encontrar su lugar en el mundo. La soledad que invadía a Victoria en España parece haberla perseguido a esta nueva ciudad. Por ello, la conexión que establece con uno de los chicos, Sonne, transcurre entre lo cómico y lo melancólico, con una espontaneidad que recuerda a los Antes de… de Richard Linklater, llegando hasta el momento álgido del filme, en el que se quedan solos en la cafetería. Para entonces, al espectador atento y poco informado de antemano ya se le habrá hecho evidente que el director Sebastian Schipper no ha cortado el plano en ningún momento, y quizás comenzará a preguntarse si lo hará. Las sospechas se confirmarán: Victoria es un monumental plano secuencia a tiempo real que explora las posibilidades de dinamismo que aporta esta falta de interrupciones.
Es indudable que Schipper tiene habilidad para manejar la cámara en espacios claustrofóbicos, centrando su atención en los primeros planos, y dirigiendo con un pulso envidiable. La película busca el naturalismo, solo roto cuando se elimina el sonido para dar protagonismo a la banda sonora de Nils Frahm. Sobresale también el esfuerzo de todo el reparto, encabezado en su parte masculina por Frederick Lau (al que, por otro lado, cuesta creerse en su papel), pero es la catalana Laia Costa, permanentemente en escena, la que recorre un arco interpretativo en 140 minutos, dotando de humanidad y empatía a un personaje cuyas decisiones son más que cuestionables.
Y es que, como cuenta David Thomson en Instrucciones para ver una película, “Jean-Luc Godard dijo en una ocasión que todos los bellísimos planos secuencia contenían la semilla de su propia destrucción”. Victoria es un experimento complejo en el que, debido a su naturaleza, la falta de elipsis hace que los acontecimientos empiecen a precipitarse a partir de la segunda hora de metraje. Los protagonistas se verán puestos al límite en situaciones cada vez más rocambolescas. Algo que sería más llevadero si no estuviera unido a incongruencias de un guion insostenible, que da un engorroso y radical giro de tono hacia el drama de género. La película se puede resumir en la segunda escena que transcurre en la discoteca: un momento que argumentalmente roza el absurdo, pero que contiene una elegante fuerza visual y sonora.
Un trabajo tan joven, atractivo y potente como Victoria podría incluso entenderse como una historia de amor clásica, un romance de esos que arrasa con todo a su paso. Pero también es un ejercicio que se pierde en su propia estructura y en sus pretensiones, en su ansia de hacerlo todo más grande. Con una propuesta más sencilla y costumbrista, como la inicial, seguramente el resultado hubiese sido más redondo; aunque claro, también menos renombrado.  

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