
Así lo entiende Sergio Oskman en su último documental, O futebol, una historia de reconciliación entre él y su padre con el Mundial de Brasil como telón de fondo. El director de la genial Goodbye, America (2007), utiliza el fútbol como eje vehicular de la memoria compartida entre un padre y un hijo con pocas cosas que decirse. Ambos mantienen una actitud críptica, recelosa. No hay un perdón. Ni un castigo. Tampoco un reproche. Nada. Ni siquiera sabemos por qué Sergio lleva dos décadas sin visitar a su padre, ni por qué justo ahora se ha decidido a ello. Solo hablan de fútbol. Y solo con el fútbol, sabemos que se esfuerzan por quererse.
Es cierto que esa deliberada ausencia de background dificulta la progresión convencional de unos protagonistas desubicados, expuestos a la intemperie de una narrativa cuasi congelada; pero Oksman se atreve a hacer algo tan audaz como reivindicar el poder sugestivo de una fotografía, del instante musculado por la cotidianidad. El problema es que abusa de una puesta en escena que revela la excelente caligrafía de un guión que no deberíamos estar leyendo. Esa metódica composición de los planos es la que a veces nos saca de la no-ficción.
Lo más relevante en O futebol está en aquello que no se dice. Cuando los protagonistas intentan recordar la alineación del Palmeiras del 78, están añorando tiempos mejores. Y nadie rompe el tono utilizando la palabra nostalgia. Es mejor así. Los marcadores de los partidos también nos hablan. El fútbol funciona como una alegoría, que no agota por lo recurrente, sino más bien por su uso irregular. Por ejemplo, la humillante salida de Brasil del Mundial frente a Alemania (7-1) encuentra un símil demasiado calculado en el último tramo de la película.
O futebol es un film inteligente que renuncia a las proyecciones épicas para hablarnos de reconciliación y pérdida. Su potencia narrativa lo deja todo en manos de un subtexto capaz de convencernos del amor entre un padre y un hijo que en el fondo de la noche, atrincherados en un coche sin radio, interpretan los sonidos del graderío a las puertas de un estadio. Esa secuencia es muy bonita. Lástima que en ocasiones el esteticismo de la cinta obstruya el tránsito de los personajes por la pretendida senda de la veracidad.