LA PROMESA- por Dita Delapluma

¿Peli “palomitas”? No. Peli Mandarina. Con frecuencia, el cine es entretenimiento. Otras, espectáculo. Otras, emoción, o pasión, o risa, u horror. Y en alguna ocasión, de vez en cuando, el cine abandona el plano del sentimiento definido, para llegar al personal. Esto es algo que no muchas cintas consiguen, y no lo consiguen con todo el mundo, puesto que lo que a uno puede tocarle la fibra, a otro puede parecerle un pildorón, y por más que yo desprecie y hasta aborrezca ciertos géneros como otros la sopa, reconozco que una película es mejor verla subiendo las persianas de su personalidad particular y dejándola entrar hasta la cocina. Esto es lo que me sucedió con La promesa, que trascendió el género estereotipado para convertirse en – para mí – una mandarina. Sí. Es muy posible que tuviera algo que ver el que yo estuviera merendando precisamente esa fruta mientras la veía, pero así quedará definida en mi archivo personal: como un fruto dulce y ácido, breve, pero agradable.
En la Alemania de 1912, un joven huérfano (Richard Madden) cuya única baza en la vida ha sido estudiar hasta llegar a ser el primero, obtiene un empleo en una empresa siderúrgica dirigida por un hombre de edad madura (Alan Rickman). El joven, debido a su furia trabajadora y su valía, hace una carrera meteórica, y cuando la salud de su jefe se deteriora, se convierte en su secretario personal, lo que hace que conozca a la esposa del mismo, la mucho más joven Charlotte (Rebecca Hall). Y hasta aquí podemos leer.
La promesa está basada en la novela homónima de Stephan Zweig, autor al que yo conocía de cuentos breves como ¿Fue él?, y confieso que conté con ventaja precisamente por conocer su estilo narrativo, justamente adaptado al cine en ésta ocasión. Zweig no es autor al que parezca gustarle la acción más que en los contados casos que la historia ineluctablemente lo requiere. Por lo demás, su manera de contar las cosas, es a través de los ojos, del carácter y de la manera de actuar de sus personajes, de modo que podemos pasar media hora viendo a los personajes hablar y conversar, y parece que no está sucediendo nada. Parece.
Al igual que las novelas de su autor, La promesa es una cinta calmada en la que es preciso observar más que mirar, y escuchar antes que oír. Es una película elegante, pero de ritmo pausado y que puede llegar a hacerse lenta si estamos acostumbrados a otro tipo de velocidad narrativa. Es la historia, sencilla y sin excesos, de un triángulo, donde la habilidad teatral de sus intérpretes es en realidad la mayor baza, y aquí, como no podía ser de otra manera, el veterano Hans Grub… quedigaaa… Alan Rickman, se lleva la palma. Por más que sus oponentes, en especial Rebecca Hall, estén impecables, resulta difícil mirar a alguien que no sea él cuando aparece en escena. También es cierto que es su personaje el de mayores matices.
La promesa está dirigida por el francés Patrice Leconte, conocido en nuestro país por cintas como la polémica y sensual El marido de la peluquera, la impensable hoy día La maté porque era mía, o la mucho más amable Mi mejor amigo, cinta de humor quizá demasiado blanco que juntó por segunda vez a Daniel Auteuil (Salir del armario) y a Dany Boom (Bienvenidos al Norte). 

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