EL REFUGIO DE LA LUCHA
Hay temas en los que, para abordarlos desde el rigor deontológico que exige el oficio, es complicado despegarse del drama humano y admitir como única fuente el inapelable testimonio de un papel, una ley, un contrato; temas en los que no posicionarse delata una deliberada falta de honestidad, un acto de cinismo más propio del sector negocios. Silvia Munt es de las que toman partido. La directora catalana nos presenta el ojeroso rostro que se esconde tras una orden de desahucio en su documental La granja del Paso (2015), ganador del premio Tiempo de Historia en el festival vallisoletano SEMINCI.
La granja del Paso es el punto de encuentro de los miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Sabadell. Son obreros, inmigrantes, antiguos empresarios, ex-clase media y parados a los que el banco, que ellos han rescatado, les echa de sus casas y a menudo les niega la dación en pago, el alquiler social o una refinanciación de las cuotas. La granja del Paso habla de gente normal obligada al activismo.
Hay una evolución notable en los protagonistas. Aprenden cosas. Cosas importantes. Pero esos arcos de transformación individuales van indisolublemente ligados al progreso de lo colectivo. Y esto no es baladí, dado que el propio diseño marxista de la narración, compuesto por pequeñas historias que se retroalimentan para alcanzar un objetivo común, transciende al tema principal de la película, que no es otro que la necesidad de construir redes de solidaridad ciudadana, de apoyo mutuo, para encontrar soluciones particulares. Es por eso que La granja del paso, además de visibilizar algunas claves sobre cómo organizar una sociedad autogestionada, formalmente supone un brillante ejercicio de narrativa transversal.
En nuestro país, el periplo hacia la libertad que brinda un techo propio es arduo -a pesar de que está recogido en el 47 de la Constitución- y es normal que algunos testimonios, confinados en planos cargados de silencio, te anuden con violencia la garganta. Pero también hay cosas que convierten la lucha en algo muy hermoso, como la secuencia en la que los afectados okupan una entidad bancaria y la llenan de panfletos, montan sus tiendas de campaña, cantan, bailan, discuten, los niños corretean, comen, todo ante la impávida mirada de cajeros encorbatados ajenos a ese envidiable sentimiento de hermandad. O la de un jubilado aparentemente tímido, un poco rudo, anunciando en la asamblea que le han concedido la dación en pago, con los brazos en alto y los ojos vidriosos. Un tipo duro que no derramó ni una lágrima cuando su padre falleció, “y ahora las estoy echando todas”, reconoce. La gente aplaude y sonríe. La gente se nutre de la felicidad ajena. También es un triunfo pedagógico, Munt certifica las conciencias conquistadas por la PAH sin incidir demasiado en ello. Bien hecho.
La granja del paso es un documental muy puro, emotivo, humanista y abiertamente militante. Es la historia de unos desahuciados por el sistema en busca de su zona de confort, su Ítaca particular. Y es que como decía el famoso poema de Cavafis, “aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas”. Ellos, codo con codo, ya lo saben.