En el verano de 2015 regresó Thomas Vinterberg tras su excelente La caza (Jagten, 2012). Después de tal obra maestra, las expectativas se encontraban altas por lo que el público se sorprendió, ante lo que parecía una película de encargo, con la llegada de Lejos del mundanal ruido (Far from the Madding Crowd, 2015). Sin embargo la esperanza permanecía ahí, puesto que Vinterberg trabajaba de manera simultánea en otro proyecto personal.
Este invierno se estrena dicho trabajo, La comuna(Kollektivet, 2016), película que fue estrenada en la pasada edición de la Berlinale. El filme cuenta cómo un matrimonio, formado por un arquitecto y una famosa presentadora de noticias danesa, deciden utilizar la casa que han heredado para crear una comuna. La historia tiene lugar durante “el verano del amor” en una gélida Dinamarca de los años 70.
Conocida es la liberación sexual que atravesó Escandinavia, una liberación que Vinterberg vivió de cerca (él mismo creció en una comuna). Por este motivo, y conociendo lo desgarrador que Vinterberg puede llegar a ser, se esperaba un duro retrato de desintegración familiar. El filme en realidad es un melodrama que recuerda a la adaptación de la obra de Thomas Hardy.
Puede que no sea un retrato descarnado de la vida, como sí lo fueron la antes mencionada La caza o Celebración (Festen, 1995), pero Vinterberg no obstante hace muchas cosas bien en La comuna. La película se erige como un gran drama que plantea muchas ideas, quizás demasiadas, e invita al espectador a reflexionar.
Es el exceso de buenos elementos que pasan desaprovechados lo que quizás le resta fuelle a la película. Así Vinterberg crea un modelo donde colisionan las necesidades individuales frente a las del colectivo. Lo que sucede es que el colectivo vendría a ser el matrimonio, ya que los habitantes de la comuna aparecen exclusivamente de forma testimonial. Son una excusa para, en un punto más adelante, ejercer mayor presión sobre el matrimonio protagonista.
Es con ellos con quien yace la historia, así como el verdadero conflicto: “lo que yo necesito es lo que destruirá nuestro matrimonio”. Vinterberg es un genio mostrándonos como un pequeño desplante termina transformándose en la implosión de un núcleo familiar. El resto de la comuna, al igual que nosotros, acuden como meros espectadores, porque siempre las tragedias son más intensas cuando tienen público. Pero estas figuras de alrededor, un tanto planas, obstruyen el espectáculo.
La comuna es una buena película que se verá mermada por lo que “no es”. No por ello se debe obviar lo que sí consigue Vinterberg en algunos momentos de la película. La comuna sirve así para apaciguar nuestra sed hasta que el cineasta danés vuelva a mostrarnos su lado más oscuro, lo cual quizás llegue el año que viene con su siguiente trabajo.