Uno de los cabezas de lanza del cine húngaro está de vuelta con Jupiter’s Moon. Al igual que con sus cuatro películas anteriores, estrenó y compitió en una de las principales categorías de Cannes. Posteriormente, ganó el premio a la Mejor película en el Festival de Sitges. Jupiter’s moon cuenta la historia de Aryan, un joven refugiado sirio que arriesga todo por llegar a Europa y que, al cruzar la frontera de manera ilegal en Hungría, recibe varios disparos. Tras el incidente descubrirá que es capaz de levitar, y entonces, el doctor del campamento, el Sr. Stern, al pensar en los posibles beneficios económicos, toma un interés por él. Por su parte Lázló, el director del campamento y autor de los disparos, no descansará hasta traer de vuelta al campamento al joven sirio.
Como de costumbre, Mundruczó toma la realidad de Hungría y decide darle una vuelta de tuerca abriendo la puerta al realismo mágico. Lo que aquí plantea es un ejercicio de fe, intentando recordar al espectador la importancia de vivir desde nuestra verdadera naturaleza humana, no dejarnos llevar por el ritmo frenético del mundo, cerrando las puertas a la esperanza y la compasión. A los ojos de Mundruczó, los seres humanos están tan insensibilizados que van más allá del hecho de negar milagros, ya que el reconocerlos aplastaría la propia existencia de los individuos.
La película cuenta con momentos de enorme belleza que surgen desde la pureza que habita en el propio Aryan y que tienen lugar cuando él interactúa con los demás. No es que Aryan sea un ángel, sino que su corazón puro, dispuesto a amar la vida por encima de todo, hace que se comporte como uno. Tras descubrir que puede levitar y darse cuenta de que lo ha perdido todo, se permite dejar lo terrenal atrás para buscar un motivo de vida mayor, y el que lo haga desde los temores de su condición humana es lo que le dota de valor. Porque en ningún momento Aryan deja de ser eso, un ser humano. Mundruczó no envía como salvador a una deidad, envía a uno de nosotros, que podría ser cualquiera que no albergara odio en su corazón.
Pero es en el momento de plantear esto cuando el film comienza a flaquear. El director y la guionista (Kata Wéber) tienen claros los momentos que quieren contar, pero tienen problemas al transitar de uno a otro, haciendo que las escenas se sientan como islotes flotando en el mar, inconexas la una de la otra. Lo que mueve la historia es una especie de continuo deus ex machinaque presenta a los personajes de manera inverosímil en el momento y lugar adecuados para que esta prosiga.
Otro problema surge cuando ambos quieren llevar la crítica social más allá del tema de la inmigración: mientras que personajes como el hincha xenófobo de la Lazio funcionan para la trama, la secuencia del camarero homosexual, relatando lo dura que es la vida para la comunidad LGBT en Hungría, es una presencia anecdótica. Abre una discusión, pero no la continua con una reflexión, quedando en una simple moraleja.
Esta última película de Mundruczó tiene todos los ingredientes para ser una gran película, sin embargo, nos deja la sensación de que están mal distribuidos, y nos despierta la curiosidad del resultado que dejaría de estar todo bien colocado. La reflexión que la atraviesa, sin embargo, está muy bien trabajada, algo que define a la perfección con esa metáfora del niño contando. Cuando el cambio llegue, más nos vale estar preparados ya que, por mucho que lo intentemos, no podremos mirar a otra parte.