GRANDEZA Y DECADENCIA DE UN PEQUEÑO COMERCIO DE CINE – por Pedro Joaquín del Rey

En el autor de Pierrot le fou, el desmenuzamiento y exabrupto metafílmicos, que en un principio se trataba de juguetonas citas u homenajes, o de ligeras y más o menos sutiles  bromas contranarrativas, se lleva a cabo a través de una heterodoxa y humorística mirada que ha arrojado luz e innovadoras vías de abordamiento en torno a la herencia de la historia del celuloide. Comenzó a empaparse de la misma en la Cinemateca Francesa de Henri Langlois. Tengamos en cuenta, por ejemplo y por ir a lo palmario, los ocho episodios de Historie(s) du cinéma, fechados entre 1989 y 1999, y en 100 ans de cinéma: Deux fois 50 ans de cinéma français, de 1995. Estos constituyen, a partir de los instantes de debutar en la silla del megáfono (y ya incluso desde antes de esos momentos, cuando ejercía de crítico en los Cahiers), una substancia fundamental en la configuración de las praxis con las que ha ido construyendo una carrera de varios decenios. Lo cual, por añadidura, ha convertido el corpus de las obras que ha parido en un faro expresivo-agitativo, deslumbrador de las generaciones posteriores: aquellos que han sabido reconocerle la incontestable categoría de maestro inaugurador de vastos e inexplorados rumbos y códigos en el lenguaje las películas, y en aldaboneador político-audiovisual, definido también por la condición de importante pionero en la aplicación de la grabación electrónica, en el empleo de los cauces alternativos de distribución, en la reflexión de las relaciones con el vídeo y la tele, y, por último, en la instrumentación de sistemas no industriales, costeamiento y organización de rodajes y posrodajes.

La cinta, de reciente rescate y restauración que ahora comentamos, la firmó como capítulo de la Serie negra, saltando al espacio hertziano en TF1 en el 86 de la pasada centuria. Desde el 3 de diciembre, 87 años de edad son hoy los del iluminador y a la vez delirante que, en el largo, se estrenó con À bout de souffle; una vida intelectual de incansable y no siempre comprendida fecundidad.
Cabe motejar a este galo-suizo nacido en acomodada cuna (con orígenes familiares ginebrinos y en la banca) de hombre pijo y cargado de rasgos niñoterriblísticos, y de falso compromiso revolucionario. Si bien lo que de veras sucede con el impetuoso  carácter suyo consiste en que nos hallamos frente a un individuo de máximo calado y trasfondo en el mundo cultural contemporáneo, y ello por evidenciar en signos y síntomas icónicos y de palabra los dilemas y vicisitudes de la burguesía al embarcarse en los procesos y contradictorios dilemas de sus ético-estéticas materializaciones.

Lo desgranado en los anteriores párrafos, no debe dejar de considerarlo cualquier espectador desavisado y de gustos poco aventurados que coloque ojos y orejas frente a Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine. Si así lo hace y aparca ideas previas y convencionales, observará, al hilo de las preocupaciones godardianas acerca de la problemática y futuro de las imágenes en movimiento, cuadros y escenas trufados de elementos discursivos e irónicos en que se percatará del desenvolvimiento dialéctico, y en ocasiones raruno, de unos personajes de apariencia esquemática e hiperbólica. Estos  han sido moldeados como marionetas tipológicas y de enorme entidad metafórica y simbolizante, desplegando tales conducciones argumentales con el revoloteo de la insolente cámara y sus jocosos planos, por un relato multirreferencial tan atrevido y descarado como ominoso y desencantado. Este maneja por igual farsa y drama en las situaciones del intento de redespegue de un director y un productor caídos en profundo declive e irritación, y en los procederes de una peculiar aspirante a estrella.



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