ERREMENTARI (EL HERRERO Y EL DIABLO), por Carlos Rubio

Tiene Álex de la Iglesia muy buen ojo, o al menos mucha fe, porque en los últimos años ha producido más películas ajenas que dirigido propias. Tiene también mucho atino en aquello de encontrar talentos emergentes con cierto regusto por el mismo humor que él prácticamente ha patentado en España: ese que mezcla fábula, humor negro y humor vasco. Y eso es Errementari.

“Errementari”, que se traduce del vasco como “Herrero”, nos cuenta la historia de exactamente eso: un herrero. ¿Qué tiene de especial este herrero? Pues que durante la primera guerra Carlista hizo un pacto con el diablo para poder volver a casa, sano y salvo, a los brazos de su esposa. Pero la historia no se centra en la guerra Carlista, sino en un periodo, 8 años después, en el que los resquemores siguen vivos con una llama que, más que apagada, sigue echando un humo henchido de orgullo. Orgullo que restalla, con los dientes apretados, cuando un investigador, enviado por el gobierno central, se presenta en las diligencias de un pueblo perdido de la mano de Dios exigiendo investigar al herrero de la ciudad, sospechoso de haber robado durante la guerra Carlista un cargamento con oro.

Es aquí donde da comienzo la historia y se empiezan a entremezclar los elementos que componen la película. Se alza la figura del herrero como la mítica figura del folklore, aquella que juega con las fuerzas del mal y está, por lo tanto, maldito. Está la figura de la niña desamparada por una vida de infortunios y que solamente encuentra consuelo en su soledad. Y está la figura del pueblo, que se lanza las manos a la cabeza hasta que alguien inspirado alienta a una muchedumbre para que salga a la calle con horcajos, antorchas y poco raciocinio. Las semejanzas con las clásicas fábulas del folklore y las leyendas de Bécquer le dan mucho poder a la narración de la historia.
Si bien la película deja un buen regusto al finalizar, peca de primeriza en diversos aspectos. El ritmo es irregular por momentos, metiéndose en tejemanejes que tiene que resolver en escorzo en el último acto. Los diálogos sufren de “fabulitis”; de los clichés del género, vamos. Los planos elegidos a veces parecen muy forzados y la sucesión de ellos es desconcertante en situaciones que requieren que la cámara se apegue a un solo frente. Y el humor… bueno, esto sí que funciona. Y seguramente sea lo que permita que la película sobreviva en el recuerdo cinéfilo, introduciendo situaciones con mucho deje de socarronería, y algún que otro diálogo de frases afiladas y ácidas, aproximándose a un estilo conocido por casi todos: el de Álex de la Iglesia.
Paul Urkijo Alijo tiene un gran camino delante de él, uno de indescifrable escrutinio. Su primera película, aunque con errores que solo la experiencia puede subsanar, es una muestra de talento y esfuerzo en contar una historia que es diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en el cine. Y es que a veces solo necesitamos reírnos de nosotros mismos y de nuestros clichés para hacer algo disfrutable para todo el mundo.

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