EL REY TUERTO- por Eduardo Naudín Escuder

POSMODERNOS DE IZQUIERDAS

Un activista se sienta a cenar con el antidisturbios que le reventó un ojo en una manifestación. Sus novias son viejas amigas, pero ellos no se conocen. La violencia estalla con la pregunta “¿Qué te ha pasado en el ojo?”. No tardan en darse cuenta de quién es cada uno. Lloran. Se insultan. Una mujer golpea a la otra. Todo resulta muy trágico. Y muy conmovedor. También es muy gracioso. Es el comienzo de El Rey Tuerto (2016), el largo que Marc Crehuet acaba de presentar en el festival de Málaga.

Tras su paso por el teatro, el director catalán adapta su obra homónima a la gran pantalla. El Rey tuerto es una película plenamente posmoderna, no solo por su narrativa de final abierto donde, de algún modo, reivindica el papel del testimonio, de las pequeñas historias frente a la totalidad inabarcable y compleja de la crisis, sino por la propia temática que aborda. La película habla de la ingrata necesidad humana de encontrar certezas donde no las hay, consecuencia de la impotencia que nos genera una realidad inmutable. Y nos presentan unos personajes desorientados que cada vez que pretenden aferrarse a algo, esto inexorablemente se derrumba. Es complicado llegar al final sin perder la fe en la pareja, el trabajo y el ser humano. Todo se nos presenta como precario, brutal e inconexo. La posmodernidad les ha arrebatado los salvoconductos religiosos e ideológicos del siglo XX. Los grandes relatos han muerto, y sus espacios de plenitud, y las revoluciones, y las historias de amor resueltas con acciones aisladas, transformadoras; todo se antoja demasiado complicado, ambiguo, deslavazado, real.  El Rey Tuerto es una obra coherente y tremendamente pesimista que habla a distintos niveles de nuestra contemporaneidad.
No es casualidad que el personaje más interesante del film, el antidisturbios, genialmente interpretado por Alain Hernández y con un deliberado parecido a Edward Norton en  American History X, se vea a sí mismo como “un gestor de masas”; la masa, un anacronismo del siglo XX que sociológicamente hoy en día no tiene ningún sentido. A parte de un zumbado incapaz de contener su ansiedad, es un personaje que atraviesa una crisis existencial en un mundo que no entiende y al que culpa de todo. En su arco de transformación, perfectamente dibujado, inevitablemente perdemos la fe en el ser humano. Su mujer esquiva el dolor silenciosamente cocinando chorradas y apuntándose a cursillos de chorradas. Por otro lado, tenemos a la pareja de los guays. Ella es una hipster flipada de la izquierda exquisita, y él es un anti-sistema irónico y sensible al que han dejado injustamente sin un ojo. Ambos se emplean en la inútil tarea de reconducir al “perro del sistema” -terminología asamblearia- por la senda luminosa.
El guión posee la virtud de la comicidad en zonas muy oscuras, muy jodidas. Consigue que su excelente premisa no se desinfle en el desarrollo. Hay sentido del ritmo en los diálogos y mucho ingenio. Y bajo el superficial discurso sobre lo legítimo y lo legal, lo que es justo y lo que no, El Rey Tuerto esconde una visión del ser humano como individuo social desconectada del buenismo que suelen manejar los presupuestos izquierdistas. Aunque no lo aparente, es más de Hobbes que de Rosseau. Más de Lyotard que de Marx. Una comedia descorazonadora.  Muy buena.


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