3 CORAZONES- por Jose A. García Juárez

El cine francés ha sido un fértil terreno de cultivo para los dramas protagonizados por triángulos amorosos. Rohmer, Truffaut o Chabrol han pisado estos terrenos delicados desde diferentes ópticas. Desde la jovialidad, la pasión y los celos esbozan con maestría el retrato de las flaquezas humanas en el terreno emocional. Menciono estos ejemplos porque al encontrarnos una nueva historia con viejas proposiciones como 3 Coeurs lo menos que se puede demandar es un desarrollo disidente y a ser posible sorprendente.
Un honesto y experimentado Benoit Jacquot pone la intención y su saber hacer, pero sin arriesgar un ápice. Su idea se limita a jugar a un azar con trazo grueso, lo que aún con una mirada benevolente y olvidadiza invalida en buena parte lo que nos cuenta después. Con dos licencias textuales improbables, muy distanciadas en el tiempo, y más allá de ese azar rohmeriano tan gratificante y virtual que articulaba magistralmente aquel con la espontaneidad de sus textos, desconectan al público de una pretendida apariencia de verdad. Si aunque poco verosímil, la coincidencia de hermanas seducidas por el tristón personaje de Poelvoorde tiene un pase, no sucede lo mismo con el enrevesado galimatías de sentimientos en el que se entierra Jacquot, desde el encuentro inicial del mustio inspector de hacienda con el abúlico y desconfiado personaje interpretado por la Gainsbourg, a la pasión latente entre ambos de la que sólo el creador de estos personajes puede ser consciente, allí donde la mirada del espectador apenas puede adivinar una mera atracción de dos existencias más bien grises. 3 Coeurs aspira a la condición de turbio relato amoroso muy calibrado y sobrio. Lamentablemente, más que esa deseada sobriedad, lo que transmite es una excesiva gravedad, un transcurrir deslucido de lo cotidiano, también en el aspecto estético, una espera plana en la forma y en el fondo, que choca de frente con el delicado e incluso optimista inicio y con una apresurada resolución. Una pausa que ocupa buena parte del metraje y que sólo es rescatada del descalabro por la desenvoltura del superlativo Benoit Poelvoorde.
Acorde con las intenciones de su autor-realizador, la partitura de Bruno Coulais (Los chicos del coro) nos narra un thriller sentimental sin respiro, en notorio desacuerdo con un texto que no alcanza nunca esa misma tonalidad y que aporta un más forzado suspense que el habitual de cualquiera de esos reincidentes triángulos amorosos del cine galo, donde sólo un eje, sólo uno de sus tres factores es consciente y también sufriente. Poca sustancia para mantener la tensión durante todo su metraje. Por ello y aunque los años pasen como segundos en el filme, Jacquot se toma la libertad de imaginar esa tensión sexual no resuelta entre los cuñados a la que aludía arriba, un artificio imprescindible para poder cerrar el filme. Tensión que domina la última parte de la cinta, cuando se produce la coincidencia espacial de los tres protagonistas. Pasión fundada  en un leve encuentro pero que Jacquot hace crecer y colapsar. Y pese a la decisión consciente y firme del eje masculino de formar un sucedáneo de vida y una familia con la hermana, cuando aparece la amada nos encontramos con otra media hora de desarrollo del inopinado flechazo repescado y de una súbita pasión que desemboca en un cataclismo de sinceridad que pone por fin las cartas sobre la mesa.
Pero ni las contorsiones del texto, ni su fallido mecanismo como thriller emocional, ni lo poco que transmite una completamente asexuada y desaliñada , neutralizan la veta más discursiva del texto de Jacquot, lo más atinado del filme, que es su acercamiento a esa versión moderna de la soledad en la madurez, la de unas generaciones llenas de paradojas, legas en el trato cara a cara fuera de lo que marcan los protocolos aprendidos, mientras han crecido en los albores de la época de la comunicación (total), la de la era tecnológica que nos ha traído las redes sociales en todos sus formatos y aparatos. No es gratuito que sitúe a sus personajes en un momento bisagra, donde el tiempo apremia y cualquier decisión que tomen es la definitiva. Tampoco lo es que renieguen de darse el contacto telefónico y se pongan a prueba fiando el futuro de su relación a un incierto reencuentro. Y es por ese miedo insuperable al desamparo y al aislamiento, del que resulta tarea casi quimérica escapar, que el personaje masculino rechaza, primero obligado por la circunstancia y después por conveniencia, el amor febril que supuestamente siente hacia ella, relegándolo al plano de lo ideal, intocado y virgen, sin contaminar de una rutina que prefiere vivir con aquella a la que no ama, incluso cuando aún no es tarde para esclarecer la situación evitando unas consecuencias que se adivinan indefectibles.

Con sus defectos y aciertos 3 Coeurs es de esos filmes que dejan poso, especialmente una amplia generosidad en el agudo retrato del personaje masculino y la lectura de sus dos decisiones no tan aleatorias como inducidas. Pero, por el contrario, se queda corto en casi todo lo demás, yerra en la elección de Charlotte Gainsbourg, mientras que Chiara Mastroiani y Catherine Deneuve apenas tienen una presencia testimonial. Tampoco colaboran con la trama las dos velocidades a las que juega con el texto, fragmentado en tres partes ensambladas con cierta tosquedad. 

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