Todo el mundo ha sufrido las consecuencias que conlleva el despertar del deseo. Alimentar las fuertes mareas que padece nuestro primer YO, la adolescencia, puede crear ahogos traumáticos o resacas permanentes que nos enseñan a construir un muro infranqueable en nuestra intimidad. El proceso de maduración se basa en la asimilación de pequeñas dosis de cruda realidad que uno mismo, por sí solo, ha de digerir en su delicado estómago emocional.
The Diary of a Teenager Girl, escrita y dirigida por Marielle Heller, y basada en la novela homónima de Phoebe Gloeckner, nos muestra el viaje hacia el autoconocimiento de Minni Goetze (Bel Powley), una joven de quince años en el San Francisco de finales de los setenta. Minni emprende una larga travesía para saciar el deseo que siente hacia su falso ideal platónico Monroe Rutherford (Alexander Skarsgård), el novio de su hermosa y joven madre (Kristen Wigg).
Ambientada en una época donde las drogas eran la sustancia ideal para experimentar una realidad paralela, Minni intenta comprender el mundo mediante los que la rodean: una madre nostálgica, atada a su eterna juventud, con un apuesto novio más joven e inmaduro que ella, un ex marido antagónico, dedicado a las ciencias, frío y estricto, una pequeña y gritona hermana con gafas de grandes dimensiones, y una alocada amiga con la que comparte sus primeras resacas. Tal variedad de personajes no conduce a la protagonista por el camino de la razón y la coherencia; las conversaciones que acaban ayudando a Minni son las propias, es decir, las de su propio imaginario guiado por su principal referente: Aline Kominsky, mujer de la gran figura del cómic underground Robert Crumb.
Desde que el humano es un ser que razona, el tema del amor hacia nuestro “superior”, donde la experiencia hipnotiza a la más pura inocencia, es un asunto recurrente. Woody Allen en Manhattan se encapricha de una joven, bella y enamorada Mariel Hemingway que más adelante rechaza por una mujer de su edad. George Steiner en Lecciones de los maestros nos explica cómo “los poderes de seducción del Maestro no tienen rival; nadie puede resistirse al hechizo carismático de Sócrates, el embrujo de su presencia”. Minnie Goetze, tan rápida como su propio ingenio, decide perder la virginidad sin salir de su propia casa, con su primera atracción sexual. Así lo decide y así lo lleva a cabo con la justificación de que “todo el mundo quiere ser tocado”. La pareja de su rival, de su propia madre, intenta manejar la poca experiencia de la joven sin éxito. Y Minni demuestra al espectador que el carisma es necesario para saber y aprender a quererse a uno mismo.
La película explora temas universales, desde el momento que explota la bomba del deseo en el mundo de una adolescente. La adaptación al cine de la obra ilustrada encaja perfectamente en el ambiente underground tanto del origen de la obra como de la época en la que está ambientada. La bisagra entre la realidad y el imaginario de la protagonista, crea un magnífico juego entre lo que es la realidad que envuelve a Minni y lo que debería ser su propio YO. “No desees y serás el hombre más feliz de esta tierra” decía Cervantes, aunque por el contrario sin riesgo, no hay juego.