VENGANZA EN LA MESETARIA CANÍCULA
Raúl Arévalo, que en los actuales días de presentación de su debú como realizador ha declarado que siempre le habitó en la cabeza la inquietud vocacional de colocarse al otro lado de la cámara -y mascaba y remascaba la idea con bastante anterioridad al inicio de su carrera de actor, que para él, en buena medida, ha constituido una escuela práctica al efecto de lograr sentarse en la silla del que, con megáfono o con enérgica voz, se encarga de decir y decidir el «motor, cámara, acción»-, ha demostrado tremenda astucia comercial y artística al irrumpir con Tarde para la ira en la dirección. Seguro que se trata de una sapiencia y olfato natural: téngase en cuenta, además, que nos encontramos frente la feliz y final materialización de un proyecto detrás del que bastante tiempo llevaba este señor al que, de modo tópico pero sin duda pensando en el parecido físico y en su cara de buen muchacho de vecindario con un simultáneo toque de rebeldía sin desatar, algunos llaman el Sean Penn español.
El protagonista o coprotagonista de Gordos, La isla mínima y un montón de títulos más (se estrena en el 2001 en la teleserie Compañeros) se ha bautizado fuera de la interpretación con una cinta que, bronca y vigorosa -no en extremo complicada y compleja, lo que la hace asequible al habitual público de los megaplexes, pero en absoluto simplona, con tipos humanos identificables y definidos con pocos pero muy certeros trazos, lo cual facilitará que llegue a gustar a paladares que quieran deleites, sentimientos y sensaciones más allá de las imágenes de violencia y puro y frenético movimiento sin parar-, narra una historia de reconcomio y recocida revancha de sangre, con la furia recalentada a lo largo de los años. Quienes aquí salen son reconocible gente de barrio (el director sabe muy bien de lo que habla), delincuentes no instalados sin remisión en el crimen organizado y con la vida más o menos rehecha, pese a haber atracado un banco en el pasado. Por cierto, Antonio de la Torre, la víctima convertida en asesino, conduce a su atroz justiciero con una contención y emocionalidad modélicamente expresivas, y Luis Callejo retrata con penetrante eficacia y con su triste y tallado rostro las tribulaciones de su personaje.
Tarde para la ira, botón de muestra de un digno camino del que no le interesa apartarse al cine patrio, pertenece a un tradicional hispano subgénero, el de negrura y acción con sucesos cruentos que acaecen en el tórrido secarral estival (por lo común en ámbitos rurales), como, por ejemplo y sin rebuscar demasiado, la benetiana El aire de un crimen (Antonio Isasi-Isasmendi, 1988), El crimen de Don Benito (1991, episodio de Antonio Drove en la segunda tanda en Televisión Española de La huella del crimen), El 7º día (Carlos Saura, 2004, sobre la verídica matanza de Puerto Hurraco) y un buen puñado fílmico adicional.
A Raúl Arévalo debemos continuar siguiéndole los pasos que dé delante y detrás del objetivo, porque no cabe duda de que en ambos campos ha demostrado que con creces se ha ganado los mayores merecimientos.