El guionista/director de Más allá de las montañas (oriundo de Fenyang -Shanxi- y de la quinta de 1970), al que los expertos incluyen dentro de la llamada Sexta Generación de cineastas chinos, lleva sacando en pantalla, desde sus inicios en el celuloide más de dos decenios atrás -nos encontramos ante un artista dotado de una aguda y portentosa capacidad para hilvanar asuntos y describir microcosmos que luego logra elevar a la categoría de certeras y penetrantes visiones de extensas capas de la ciudadanía de su país-, las conductas y mentalidades cotidianas -sumidas en el sinsentido con demasiada frecuencia- que en la actualidad distinguen a una serie de identificabilísimos y altamente característicos miembros de la población de la monopartidista República Popular con capital en Pekín, ofreciendo agudo retrato, con la cámara en apariencia colocada a modo de ojo nada implicado que observa con distancia y neutralidad, de los genes y fallas emocionales que anidan el espíritu de tales hombres y mujeres.
A los integrantes de un conjunto de mil trescientos y pico de millones de almas controladas de manera omnímoda por el aparato estatal, a la vez inmersas en un galopante y descarnado capitalismo hiperclasista de plutócratas de nueva estirpe, de jerarcas variados y de trabajadores sin seguridades ni amparo laboral o protección sindical, les define su condición de súbditos ahormados por una confuciana aceptación de las reglas y dinámica del amo y los siervos, ya que, a pesar de los en teoría filantrópicos maoísmo y postmaoísmo -o precisamente a causa de ambos-, poco relucen allí la democracia, los derechos humanos y políticos, el imperio de la ley, los ideales de fraternidad y solidaridad y el contrato cívico y la justicia social en tanto que marcos de convivencia, pues se trata de unas latitudes del planeta sin tránsito histórico por la Ilustración.
La sugestiva connotatividad expresiva -así suele corresponder a aquellos lares- de los elementos telúricos, el imprevisible todo o caótico torrente pulsional frente a un disminuido o casi anulado sujeto o individuo, queda en Shan he gu ren (título original) claramente metaforizada a través de los témpanos de la descongelación de un río enorme en una tierra rugosa, hosca y minera -añadamos unos desmoronamientos no espontáneos que asimismo se producen en la trama, los provocados por explosiones de dinamita- que contempla a los dos chicos, el palurdo adinerado e imponedor de su voluntad, y el pobre resignado y sin horizonte, que terminará cayendo en la penuria y la enfermedad tras humillarlo y hundirlo el mencionado aplastador trepa y corrupto que lo ha vencido en el tapete de la conquista conyugal, y a la fémina, que esos dos jóvenes varones se disputan y que, claro, acabará contrayendo matrimonio con el primero y después descasándose de él, sobre los que en principio pivota la acción -en el filme de Jia Naturaleza muerta (2006), un ancho caudal acuoso también se erigía en testigo del desarrollo dramático: el inminente anegamiento de varias zonas habitadas a consecuencia de la construcción de la presa de las Tres Gargantas arrojaba en los personajes, en medio de una inevitable sensación de azaroso fin de etapa, una singular mirada de extrañación-.
Jia -no es plato para cualquier paladar: siempre saldrán quienes lo acusen de descomprometimiento, hipocresía o regodeo en la miserabilidad (quizá no debamos desatender las razones que pudieran asistirles), y, además, de entre los valoradores suyos en positivo, hagamos decantamiento por dejar a un lado a los de mera y superficial fascinación escópica por la sinidad, prosigue con su nada complaciente disección de la China de la contemporaneidad. Partiendo de momentos previos al reciente cambio de milenio y fijando varias fechas clave en el relato (1999, 2014, 2025), osa aventurar con contundencia el porvenir inmediato de sus extraviadas criaturas -avanza nueve años con respecto a nuestro presente-, futuro en el que el patán opulento y su descendiente residen en una pija urbanización australiana en forma de parque temático en la que abundan magnates arribados de China y ahí expatriadamente radicados.
Un eje argumental cardinal en la farsesca y en absoluto corta Más allá de las montañas consiste en la problemática gestión de la paternidad y la maternidad por parte de los dos protagonistas divorciados, de colosales desnortamiento y carencia de brújula moral a la hora de encaminarse en la vida, al igual que ocurre en la propia colectividad de la que constituyen destiladas figuras. El hijo, que en la adolescencia buscará confuso una madre substituta, permanecerá con el padre ruin, que lo alejará de la progenitora, quien se encapsulará en una suerte de enajenación con comparecencia fantasmática del muchacho.
En general, el cine oriental -y esto resulta válido en no desechable medida incluso para las modalidades narrativas gangsteriles y de artes marciales- posee una puesta en imágenes y sonidos bastante particular en cuanto que se recrea en densidades ambientales, tesituras de ánimo y atmósferas a la par de remanso y frenesí, un furor que estalla o se contiene según circunstancias diversas. A propósito de ello y surgido de la batuta del autor ahora abordado, acordémonos de su precedente largometraje de ficción, el duro y desesperanzado Un toque de violencia (2013).