LOVING PABLO – por Alessandro Soler

Se ha puesto de moda recontar, una y otra vez, la historia del más célebre narcotraficante de todos los tiempos. Lo que distingue cada obra es el punto de vista sobre la ascensión y la caída de Pablo Escobar, el paisa colombiano convertido en multimillonario, en los años 1980, a base de las toneladas de cocaína que esparció por Estados Unidos. Común a todas, la curiosidad fetichista que, desde hace décadas, humaniza a los gánsteres en pantalla – Al Capone, Michael Corleone, Bonnie & Clyde, Tony “Scarface” Montana -.
A veces, la fórmula funciona. A veces, deja un fuerte sabor a déjà vu, como en Loving Pablo, del director Fernando León de Aranoa, con guión suyo a partir del libro autobiográfico Amando a Pablo, odiando a Escobar, de la periodista colombiana Virginia Vallejo. La película añade muy poco a lo que se vio en las series Narcos o Pablo Escobar: El Patrón del Mal, dos de los ejemplos más recientes de obras sobre el capo. La brutalidad y la frialdad de Pablo, la dualidad de su amor por la familia y su carácter mujeriego, su búsqueda por poder y, principalmente, respeto: está todo aquí, como, además, estuvo en las obras anteriores, pero con más densidad y matices. Lo que sí podría volverse un bono, las actuaciones de Penélope Cruz (principalmente) y Javier Bardem, que les rindieron nominaciones a los Goya, no se superpone a la sensación de estar digiriendo unpastiche.
Diferentemente de “El Patrón”, centrada directamente en Pablo, o Narcos, narrada por un agente del departamento anti-droga de Estados Unidos, aquí es Virginia quien describe los hechos que vivió como amante de Escobar. Inexplicablemente, lo hace en inglés (como ocurre con la mayor parte de los diálogos), lo cual causa extrañeza en una producción hispano-búlgara. El recorte es, obviamente, el tiempo de duración de la relación entre ambos -de hecho, un poco más allá, hasta la ejecución de Pablo por policías en una redada en Medellín. Los sentimientos de Virginia parecen sinceros, y su papel como facilitadora de los negocios de Pablo es forzosamente disminuido, revelando la despreocupación del guion a la hora de contrastar la versión de los hechos presentada por la periodista en su libro.
La edición se asemeja igualmente a la empleada en Narcos: acelerada, por veces vertiginosa, no deja mucho espacio para la reflexión. Quizá busque encubrir fragilidades como el súbito, desde luego ligero, cambio de actitud de Virginia ante el recrudecimiento de la violencia perpetrada por su amante. (Nota curiosa: la decadencia de ese amor pasa de puntillas incluso por el título de la película, que casi ignora el “odiando a Escobar” presente en el libro.)
Bardem, un enorme actor, al que siempre resulta interesante de ver en acción, pero que sin embargo aquí tampoco explota del todo su polivalente repertorio. Si la caracterización – el indefectible pelo y panza de Escobar – son correctos, la edad del actor, bastante mayor que el personaje en el período inicial retratado en la película, se hace notar. Más importante: la maldad que de él se desprende, sobre todo a través de la mirada, podrá desconcentrar a más de un espectador al recordar demasiado a otros tipos que vivió, como Anton Chigurh (No es país para viejos), Silva (Skyfall) o Él (Mother!).
Queda Penélope, que, a pesar de la ausencia de un abordaje crítico del filme sobre la coprotagonista, es, con diferencia, lo mejor de él – y cumple perfectamente con lo que parece haber sido el propósito mismo de la producción: más que retratar a Escobar, explotar el fetichismo inherente al hecho de que los créditos estén encabezados por la pareja estrella del cine español. 

 

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