LOCAS DE ALEGRÍA, por Mercè Torrens

VOLARE


Todo empieza con un sonido de paz, libertad y serenidad… La mar. El paseo de una madre y su bebé; de una mujer y su otro yo. Hay un equilibrio que se desvanece con la llegada de un tren, para romper con los objetivos idílicos de la imagen: la dulce y peligrosa locura.
No siempre la intuición es de fiar, y menos sin una doble lectura de todo aquello que nos rodea; en este caso, la película titulada Locas de alegría (La pazza gioia) no tan solo aborda la demencia, sino la trayectoria que nos hace llegar a ella. El director Paolo Virzi nos conduce hacia un largo, vitalista y escabroso viaje que nos demuestra el valor de una sonrisa y una verdadera amistad.
Con estructura de road movie, de alocada versión italiana de Thelma & Louise, el filme está protagonizado por dos antagónicas mujeres, Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi), una apoderada diva de la vida, capaz de garantizar la paz en el mundo junto a su adorado Berlusconi, y Donatella (Micaella Ramazzotti) una Amy Winehouse introvertida sin ganas de vivir. Se conocen en Villabiondi, una preciosa finca clásica italiana con un aura y un encanto que provoca en alguna que otra paciente, el despertar de las ganas de vivir.
Con el «más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena» como refrán por bandera, Beatrice y Donatella crean una vínculo especial que les hace viajar de la mano a su casa, a su origen, a su locura. Viven una aventura ocurrente aunque un tanto espaciosa, en la que cenan en restaurantes oportunos a la salud de Tchaikovski, roban atrezzo de una película donde actúan de figurantes y lloran por haber nacido tristes y estar cansadas, hasta el punto de anhelar el regreso a su preciosa villa psiquiátrica, ahí donde se conocieron.
Sí, vivimos su alegría durante esos instantes, e incluso, llegamos a pensar que los locos somos nosotros al debatirnos acerca de su problema mental. Locas de alegría es una película que entretiene y se disfruta, aunque no se vuelva a reparar en ella más. Sus tramas, tensiones y dudas trazan una delgada línea entre la cordura y la locura, y nos provocan la risa, el llanto y la reflexión.

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