VOLARE
Todo empieza con un sonido de paz, libertad y serenidad… La mar. El paseo de una madre y su bebé; de una mujer y su otro yo. Hay un equilibrio que se desvanece con la llegada de un tren, para romper con los objetivos idílicos de la imagen: la dulce y peligrosa locura.
No siempre la intuición es de fiar, y menos sin una doble lectura de todo aquello que nos rodea; en este caso, la película titulada Locas de alegría (La pazza gioia) no tan solo aborda la demencia, sino la trayectoria que nos hace llegar a ella. El director Paolo Virzi nos conduce hacia un largo, vitalista y escabroso viaje que nos demuestra el valor de una sonrisa y una verdadera amistad.

Con el «más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena» como refrán por bandera, Beatrice y Donatella crean una vínculo especial que les hace viajar de la mano a su casa, a su origen, a su locura. Viven una aventura ocurrente aunque un tanto espaciosa, en la que cenan en restaurantes oportunos a la salud de Tchaikovski, roban atrezzo de una película donde actúan de figurantes y lloran por haber nacido tristes y estar cansadas, hasta el punto de anhelar el regreso a su preciosa villa psiquiátrica, ahí donde se conocieron.
Sí, vivimos su alegría durante esos instantes, e incluso, llegamos a pensar que los locos somos nosotros al debatirnos acerca de su problema mental. Locas de alegría es una película que entretiene y se disfruta, aunque no se vuelva a reparar en ella más. Sus tramas, tensiones y dudas trazan una delgada línea entre la cordura y la locura, y nos provocan la risa, el llanto y la reflexión.