LAS HIJAS DE ABRIL- por Dita Delapluma

Dijo Alejandro Dumas: “el amor es la más egoísta de todas las pasiones”. Aunque a primera vista nos pueda parecer que no, a poco que pensemos sobre ello, veremos qué razón tenía. El enamorado, viendo sólo su propia felicidad, es inmune al dolor de los allegados y pierde su capacidad empática. El enamorado sólo piensa en hacer su propia felicidad, y los deseos y aún necesidades de los demás, le parecen de pronto poco importantes porque, eh, es que él está enamorado. El enamorado no tiene reparos en romper amistades, familias ajenas y hasta la propia familia en pro de su felicidad… resumiendo: el amor nos hace pensar sólo en nosotros mismos. En la cinta que nos ocupa, vemos cuán dolorosamente cierta es la cita de Dumas.
La narración nos presenta a una pareja de jóvenes amantes, menores de edad, que esperan un hijo. Valeria, la joven embarazada, vive con su hermana mayor y no desea que su madre se entere de su embarazo, pero finalmente la mayor confiesa a su madre que va a ser abuela, y a ésta le falta tiempo para presentarse en la casa y disponerse a ayudar en todo lo posible a sus hijas y nieta.
Abril, la madre de las jóvenes (Emma Suárez), nos es presentada como una madre cercana y colaborativa. No obstante, la escasa capacidad de su hija para la maternidad y su desmedido amor por la recién nacida la irán haciendo tomar un papel más saturniano cada vez. Emma Suárez no es sólo la protagonista absoluta de la cinta, y su actuación lo más destacable de la misma, sino que llenará la pantalla con su mera presencia cada vez que aparezca. Deseamos sus apariciones, la echamos de menos cuando no está, ansiamos sus reacciones y estamos pendientes de ella en todo momento, exactamente igual que su nieta.
La cinta nos habla en todo momento del amor, ya sea maternal, fraternal o sentimental, pero la mayor parte de las veces lo hace mostrándonos su lado más agresivo y destructor, su faceta menos amable y más horrenda para los demás. Así, vemos convertido el amor en sobreprotección asfixiante, en indiferencia dañina, en apatía depresiva, en negación de la intimidad y egoísmo. Y todo ello, siempre en nombre del amor. Nadie puede decir que Abril no quiere a sus hijas, que no quiere a su nieta… Nadie puede decir que Valeria no quiera a su madre, hermana, hija, pareja… y todos ellos, sin excepción, amparándose en el amor, toman siempre la decisión más inhumana y egoísta posible.
Las hijas de Abril nos muestra cómo el amor es una fuerza devoradora, pero eso no tiene que tener por defecto un significado positivo. Como decía Cersei Lannister, “el amor es un veneno. Un veneno dulce, sí, pero un veneno que mata”. Al inicio de la cinta, Valeria no dudará en disfrutar de su amor a los cuatro vientos y practicar sexo con su novio sin cortarse un pelo, sin pensar que quizá pueda incomodar o hasta hacer daño a su hermana, acomplejada por su soledad y su gordura; ella vive en una nube de felicidad perfecta y de amor eterno como sólo existen cuando se tienen dieciséis años, y los sentimientos de los demás, ni siquiera los toma en cuenta. Abril nos muestra a una mujer serena y calmada sólo en apariencia. En realidad, se siente sola y tiene un feroz “síndrome del nido vacío”, que la llevará a asumir un papel que no le corresponde, unas responsabilidades que no le pertenecen, y por fin, a tomar unas decisiones a las que no tiene derecho.

Las hijas de Abril es una cinta desnuda, sin música argumental y dirigida de un modo llano y directo por Michel Franco, director que se dio a conocer con la cinta Después de Lucía. A pesar de su carencia de adornos y su tono costumbrista, no se trata de una cinta árida. Su justa duración y, sobre todo, la memorable actuación del personaje de Emma Suárez, la hacen muy atrayente. 

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