LA NOVIA- por Mercè Torrens

El telón empieza a subir con el viento, el culpable que envuelve y acompaña a la protagonista hacia la deriva: “Y te sigo por el aire como una brizna de hierba”. Una mujer esclava, una joven inofensiva, una niña inocente que se ve obligada a adaptarse a su sino en contra de la razón, pero a favor de su corazón.
Mirar a los ojos de la muerte, apuñalar el coraje de la venganza y besar los labios del amor es lo que Paula Ortiz, la directora del film La Novia, nos hace ver, tocar y sentir mediante la poesía de sus imágenes. La esencia de la tragedia que Federico García Lorca nos regaló en 1931 con Bodas de Sangre, es captada con una visión, esta vez, femenina. Tal obra teatral ya fue adaptada al cine el año 1938 por el director argentino Edmundo Guibourg, y por el gran director aragonés Carlos Saura en 1981.
Una historia de color tierra rodada en Aragón, lugar natal de la directora, y en Turquía: dos lugares áridos que nos trasladan al sur de España. Los tonos cálidos propios del sol y el lodo, nos dejan aislados, lejos de la civilización. La garganta del espectador poco a poco se va secando; todo el agua es derramada por ojos llenos de rabia, desesperación, tristeza o amor. La belleza terrenal de la Novia (Inma Cuesta) deja absorto a cualquier ser viviente. El color de sus ojos parece que nazca del pelaje negro del caballo; un animal semejante a la Muerte en forma de mujer, cabalgado por dos hombres en lucha de un mismo querer: Leonardo (Álex García) y el Novio (Asier Etxeandía).
Sin salir del todo del universo teatral, la directora mantiene el texto original en verso y prosa. La interesante (re)escritura del guión cinematográfico compartido entre la propia directora y el montador de la película, Javier García, muestra una doble visión y una doble vuelta de tuerca tanto en el propio texto original como en el montaje del film. Se añade una escena muy adecuada y provechosa basada en la niñez de los tres personajes principales. Es un recurso práctico e inteligente para mostrar ese aire nostálgico de la protagonista. Si bien, los gestos simbólicos de tal flashback, utilizados en el presente de la película para reiterar los mismos hechos, pueden resultar un tanto excesivos o incluso almibarados.
La interesante adaptación ha humanizado a la mayoría de personajes, creando así, la desaparición entre los buenos y los malos; se intenta crear una comprensión y una identificación con el público. Los susurros de los amantes llegan a dejarnos sin aliento; la complicidad entre ambos actores alcanza al más insensible; el Adán y Eva en medio de la naturaleza mostrando su más sincero Yo. Esa tremenda conexión y esa mezcla de sufrimiento y libertad a la vez,  que hace perder y nublar la mente de la protagonista, muestra el rostro de la excelencia por completo.
El sexo es muerte; de la creación, de la cópula nace la semilla de una futura muerte. Creamos nuestros propios miedos y los heredan nuestra descendencia más querida: nuestro hijos. La Madre (Luisa Gavasa), es uno de los personaje más intensos, fuertes, destructivos y pasionales de toda la obra. No hace falta más que decir “los hombres, hombres. El trigo, trigo”, para marcar sentencia a quien sea que se interponga en su camino. Sus único hijo, su mayor miedo. Un texto difícil de interpretar pero con una fuerza que pocos pueden llegar a ella. En este caso, la lectura se ha apoderado del personaje.
La película empieza y finaliza con la misma escena; una estructura circular para mostrar que morimos para que otros vengan a vivir. El viento se lleva las hojas muertas y los malos recuerdos. En la bajada del telón no se escucha esta vez el viento, solo el recuerdo de una frase dicha por la Madre: “Los varones son del viento”.

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