Los personajes de las películas del director irlandés Lenny Abrahamson son seres que parecen no encajar en el mundo en el que viven, ya sea por decisión propia, porque un acontecimiento les ha transformado o porque simplemente nacieron así. En su breve e interesante filmografía, encontramos drogadictos (Adam y Paul), hombres con problemas mentales (Josie, Frank), un joven acosado por sus propios remordimientos al haber cometido un asesinato (Richard) y en su nueva película, titulada La habitación, una madre y su hijo a los que han privado de libertad y han vivido encerrados durante años en un reducido habitáculo.
Podemos vislumbrar en el cine de Abrahamson un afán por diseccionar la mente humana en situaciones extremas. Pero en vez de hacer sensacionalismo de ello, lo que al final obtenemos es una naturalización de los acontecimientos al transmitir sensaciones y vivencias que podrían trasladarse a cualquier persona, con independencia de haber experimentado alguna de las situaciones que aquejan a sus personajes.
De esta manera, La habitación no solo nos habla de cómo afrontar un hecho tan traumático como el de haber sido secuestrado durante un largo periodo de tiempo, y cómo debes hacer frente de nuevo a esa vida que habías dejado tiempo atrás. También nos habla de la forma en la que nuestro entorno reacciona a esa nueva situación, y que a su vez tiene buena parte de responsabilidad ante la misión de poder integrar o no a esas personas en el seno que antes les pertenecía.
La habitación no se anda con medias tintas, es tan dura como lo es su argumento. Pero esa dureza vista desde una perspectiva realista en su amplia gama de acepciones. Porque hay lugar para esa dualidad de perspectivas, la de estar afrontando lo mismo desde el punto de vista de la madre -que debe mantenerse fuerte ante una situación límite sobre todo para proteger a su pequeño- y la del propio hijo, que no solo afronta la crudeza de su misión, sino que está en pleno despertar ante la vida y donde tiene todo por descubrir.
El relato está plagado de aristas, de recovecos que invitan a la reflexión. No intenta dirigirte por un solo camino, abre interrogantes que cualquier ser humano, por mucho que no haya vivido una experiencia de ese tipo, puede reconocer en mayor o menor en medida. Todo ello hecho con un gusto exquisito, con la prioridad de poner el desarrollo de personajes por encima de la puesta en escena, y donde cobran especial relevancia las interpretaciones de los protagonistas que terminan por inocular todas las emociones que están sintiendo. La película duele, pero en el mejor sentido, en ése que te remueve por dentro.