EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO – por Ricardo Garijo Lima

Yorgos Lanthimos está de vuelta con El sacrificio de un ciervo sagrado, película con la que ha obtenido (compartido con la última obra de Lynne Ramsay) el premio a Mejor guión en Cannes. En ella vuelve a colaborar con Colin Farrell después del éxito conseguido en Langosta, su primer trabajo juntos.
El sacrificio de un ciervo sagrado cuenta una historia basada en Ifigenia de Eurípides, en ella el personaje de Farrell verá su vida cambiada tras presentar a su familia al misterioso joven con el que mantiene una amistad secreta. El joven está interpretado, de manera maravillosa, por Barry Keoghan quien consigue evocar lo inquietante desde la normalidad. Keoghan aporta una sutileza al film que Lanthimos desaprovecha mediante el exceso de música, abusando y anticipando lo inquietante mediante el uso de la banda sonora. El resto de actores se acercan a sus personajes de manera histriónica, siguiendo el código establecido por Lanthimos en el resto de su filmografía, siendo el caso más singular el del propio Farrell, quien parece trabajar un rol que evoca al del padre en Canino, sin conseguir dotar al personaje de la contundencia que si le dio Christos Stergioglou.
Esto puede deberse a que los personajes en el universo de Lanthimos presentan una enorme habilidad de adaptarse a las situaciones, dejando de lado sus propios valores tan pronto como su realidad se tuerce, un reflejo de cómo Lanthimos considera que el ser humano pone siempre por delante su propia supervivencia, independiente de la situación.


Y es que la película parece ser eso por encima de todo, una situación. Ya que el personaje de padre no vive un verdadero conflicto hasta el clímax, y es incluso ahí cuando la decisión que debe tomar no presenta una oportunidad para desafiar a su destino, siendo él un mero espectador. Pero después de todo, esto es algo que al propio Lanthimos le interesa, ya que sus películas son modelos simplificados del mundo que habitamos, al que se le da una tenebrosa vuelta de tuerca, y se crean metáforas para mostrarnos las idiosincrasias de nuestra forma de vida. Produciéndose un momento meta narrativo cuando un personaje dentro del film explica a otro un concepto, subrayando que lo que ha hecho es una metáfora, alcanzando ahí el film esa cota de absurdo que parece funcionarle tan bien a Lanthimos. Estos momentos que crea son pura magia, enraizada en la perversidad del heleno. Ya lo consiguió en Langosta haciéndonos reflexionar sobre la presión social que parece permitirnos existir solo si somos parte de una pareja, y  que lo vuelve a hacer, a su manera, con El sacrificio de un ciervo sagrado.

La ironía de la propia situación es que Lanthimos es más efectivo cuando se aleja de sus propias criticas veladas, cuando deja de intentar hacernos reflexionar y nos permite simplemente experimentar acerca lo oscuro y perverso que pueden ser aquellos universos que plantea, realidades no tan lejanas de las nuestras.

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