SIN TEMBLOR NI DUDA
(Artículo publicado originalmente en tierrafilme.com)
Empezaré por romper una lanza a favor de El renacido (The Revenant), el nuevo film de Alejandro González Iñarritu (21 gramos, Biutiful, Birdman): admiro su deseo de ser una película deicida, su ambición de abarcarlo todo, de ser a la vez un film de supervivencia y una historia de venganza, de hacer un retrato del ser humano que cubra lo orgánico y lo espiritual.
No me detendré a alabar el excelente trabajo de imagen, tanto en lo que se refiere a la fotografía de Lubezki como a la autenticidad y belleza de esos parajes de la América profunda permanentemente nevados. Tampoco insistiré demasiado en el gran trabajo actoral de los protagonistas, con una mención muy especial a Tom Hardy, cuyo John Fitzgerald me parece, tanto por escritura como por interpretación y caracterización (su pasado, esa cabeza con la cabellera cortada, ese odio a los indios, ese interés únicamente por el dinero) pasará a ser sin duda un mito dentro del imaginario colectivo del cine del oeste. Me arriesgo a apostar que ese personaje, junto con la impresionante secuencia inicial y la del encuentro con el oso, serán los momentos que sobrevivan de la película con el tiempo.
Creo firmemente que El renacido es por tanto excelente a nivel visual y actoral, que guarda una interesante historia de ambición y venganza en su interior, además de una lucha de un hombre contra los elementos digna de contarse. Su primera hora tiene el mérito de generar una tensión notable y de agobiar ante la imposibilidad de que el personaje de DiCaprio intervenga en unos acontecimientos que le afectan directamente. Somos partícipes de su frustración, su indefensión y su ira. Nace en nosotros, a la vez que en él, ese instinto de venganza.
Pero la película pierde el norte desde el momento en el que Leonardo DiCaprio vuelve a ponerse en marcha, y desvaría poco a poco porque parece no querer encaminarse hacia el lugar al que debe dirigirse. Su primer problema, en mi opinión, se debe a una cuestión de punto de vista narrativo. La película se construye en torno a tres: el del personaje de Leonardo DiCaprio, el de Tom Hardy y el de una tribu india que busca a una mujer secuestrada por un grupo de colonos. Este último punto de vista ofrece una subtrama que no aporta nada más allá de servir de excusa para introducir un misticismo forzado y dar pie a un encuentro forzado de los tres puntos de vista hacia el final de la película.
El segundo problema que tiene es la voluntad de subrayar en exceso, tanto en el campo visual (ese constante empeño en hacernos saber qué piensa y qué siente Leonardo DiCaprio a través de insertos de su pasado, que nos lleva hacia un sentimentalismo algo impostado, o la metáfora poco sutil por la que Leonardo DiCaprio nace de nuevo de un caballo, después de haber resucitado ya anteriormente); como en lo estrictamente verbal, pues en demasiadas ocasiones se nos dice lo que tenemos que pensar o se explicita sin rubor aquello que los personajes sienten. Una estrategia poco coherente y que desluce esa voluntad de sequedad o crudeza que la película parece perseguir en otros momentos (el duelo final) y que, precisamente por estas incongruencias, se revela más artificiosa y espectacularizante que brutal y doliente.
El último gran problema me parece que tiene mucho que ver con esa voluntad de crear constantemente fuegos de artificio: un guion en el que se insiste demasiado en dar una nueva vuelta de tuerca tras otra a cualquier precio, esa búsqueda constante de una complicación mayor en la supervivencia del personaje de Leonardo DiCaprio, y que llega a rozar el ridículo en la escena en la que su personaje salta con un caballo desde una cima.
El renacido es una película fallida por la desproporción entre lo que quiere ser y lo que ofrece. Tiene un pulso poco firme, y se pierde al querer reflejar a toda la Humanidad a través de un solo hombre, y olvidar aquello que inicialmente conseguía: el retrato certero de un ser solo humano en el que descubramos algo de nosotros mismos. Iñarritu impresiona (y mucho), pero no inquieta; se conforma con enunciar y afirmar, pero no se pregunta nada. A pesar de su ambición, el film no tiene una auténtica voluntad de trascendencia, pues olvida aquello que señalaba el escritor Rafael Chirbes de que para lograr verdadero arte se necesita de una ambición desmedida para fijar tus metas, pero también de humildad, de temblor y de duda, en tu camino hacia ellas.