ADIÓS MADERA, HOLA CORAZÓN
Es normal que el nombre de Hayao Miyazaki ronde nuestra cabeza cada vez que nos llegan buenas nuevas de Studio Ghibli. Fue Miyazaki quién descubrió las posibilidades que tenían, tanto el cine de animación, como la mitología popular, para compungir el corazón de los hombres, y no solo de los niños. Pero en este caso es Isao Takahata, autor de cinco de los veinte títulos de Ghibli desde 1986, quien nos sorprende.
El artífice de La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka, 1988) recurre de nuevo al novelista Akiyuki Nosaka para plasmar en imágenes una historia que expone multitud de reflexiones acerca de la femineidad, y con la pulcritud por bandera. Kaguya, una pequeña mujer nacida de la rama de un bambú, es recogida por un hombre que se autoproclama su padre, quien la protege de todos las contrariedades que ahogan a la sociedad en estos tiempos de la apariencia.
Es de agradecer que para contar esta historia tradicional, Takahata rehúya del realismo digital que a veces priva al manga de su gran significación artística. En El cuento de la princesa Kaguya el dibujo es con pincel, de un trazo artesanal que casa perfectamente con el contexto socio- temporal de la época y evoca la textura del papiro impreso. Todo adquiere un matiz cálido, sutil y agradable a la vista, en el que se despliegan mejor las metáforas de la historia, potenciándose los momentos íntimos de diálogo en los que Kaguya abre su corazón hacia fuera de la pantalla.
El ritmo lento y pausado confina el filme a otra época, a otras costumbres y a unas ambiciones no tan distintas de las actuales. Una época donde la vida contemplativa era el camino para acceder a un estado superior de armonía y coexistencia con la naturaleza viva, como también nos muestran algunos relatos de Jiro Taniguchi.
En definitiva, una pieza de orfebrería animada que traduce el amor de un cineasta hacia un estilo cinematográfico a contracorriente en el universo digital contemporáneo de la animación, y que consigue traer desde los años de Kaguya hasta hoy la idea de que somos seres de símiles tormentos, mas ahora rodeados de un gris hormigón.