EL CASO SLOANE- por Dita Delapluma

“El fin justifica los medios”, dijo el emperador. Se supone bajo esta cita que, cuando el fin a conseguir es lo suficientemente grande o importante, los medios que usemos para llegar hasta él, por inmundos que sean, quedan disculpados por un bien mayor.  Y esa parece ser también la forma de pensar de la srta. Sloane, protagonista de la cinta homónima que nos ocupa.
La película comienza con la preparación de la protagonista para una audiencia, en la que se determinará si en su trabajo, ha cometido ilegalidades contra la ética o no. Por consejo de su abogado, se acoge a la Quinta Enmienda para no responder pero, cuando el comité la presiona sobre su posible abuso de píldoras, no puede evitar contestar con energía; al romper el silencio, se ve obligada a contestar a todos los requerimientos del tribunal, lo que es saludado por el presidente del mismo con un sarcástico: “Bienvenida a la fiesta, srta. Sloane”.
A través de saltos temporales, vemos lo sucedido algunos meses atrás. Anteriormente, la protagonista trabajó para una gran firma de “lobbistas” (grupos de presión), hasta que la requirieron para trabajar en apoyo a la libre posesión de armas de fuego. En ese momento su conciencia, que hasta ese instante no había dicho esta boca es mía, se rebela, y decide cambiar de empresa a otro grupo de presión que apoya una mayor restricción, si bien no prohibición, para la compra y tenencia de armas automáticas.
En España nos quejamos de que gobiernan los bancos y tenemos razón. En los Estados Unidos gobiernan los lobbys y, como suele suceder, quien tiene más dinero es quien hace más ruido y quien puede obtener mayor número de votos. No obstante, la cinta que nos ocupa nos hace ver que, además del dinero, importa muchísimo la opinión pública, lo que es un arma de doble filo, porque esta es voluble, apasionada y poco informada. La presión de estos grupos es una actividad perfectamente legal en los EE. UU., pero muy mal vista por mucha gente por eso mismo: porque se dedican a moldear la opinión pública, a manipular, a usar la demagogia en lugar de la lógica y a maquillar los datos cuando les conviene. Sabiendo que muchísima gente no vota con la cabeza, sino con el corazón, se sirven de los discursos emotivos y la palabrería fácil para atraer a la mayoría a su redil, y es que, como decía Terry Pratchett por boca del sr. Vimes: “cuando Zanahoria le explicó la democracia, se dio cuenta de que el sistema fallaba no porque él tuviera derecho a voto, sino porque no había manera de evitar que Nobby también lo tuviera”.

Sloane, la protagonista, nos muestra la crudeza de los grupos de presión en su obsesión por ganar, y las elecciones o consultas del senado como una carrera que no ganará el mejor, sino el más astuto, el más rico o el que tenga menos escrúpulos para hacer todo lo que se le pase por la cabeza con tal de arrimar el ascua a su sardina. A la vez, nos deja ver cómo ese ansia por ser el mejor, se cobra un precio muy alto, y es su vida entera. Sloane nos deja ver que no sólo no tiene una vida “normal”, sino que no tiene vida en sí. Su vida es su trabajo y, fuera de él, no tiene nada, ni pareja, ni hijos, ni familia de ningún tipo, ni amigos, ni un miserable hobby. Eso, que en un hombre sería disculpable o aún ejemplar, en una mujer es imperdonable. Sloane no es una mujer fuerte, es un tanque sin sentimientos humanos, a quien le importa un pimiento todo lo que no sea ganar. Para ella, las personas no son tales, son recursos. Las toma en consideración en función de lo útiles que pueden ser para ella, si bien a través de la evolución en la trama se dará cuenta de su en exceso fría y pragmática forma de pensar.
El caso Sloane es una película sin recursos cómicos que nos pone frente a la realidad de nuestra supuesta libertad de elección sin ambages y con astucia. Nos presenta a un personaje gélido y antipático y consigue que sintamos empatía hacia ella, que nos inspire respeto pese a todo lo que hace. Una película que dura más de dos horas, y no se hace pesada en ningún momento, y que nos hará pensar más allá de su duración, cosa que he de reconocer que me encanta. No puedo despedirla, eso sí, sin hacer mención especial a la breve pero intensa aparición del actor que más veces ha demostrado que el mejor villano, tenía cara de bueno: John Lithgow; su metraje no creo que llegue a los diez minutos, pero cada vez que aparece se hace con la pantalla como sólo él sabe.

Si esta os gusta y deseáis una peli relacionada, pero con mucha carga humorística, no dejéis de ver Gracias por fumar.


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