El director Ciro Guerra afirmaba en una entrevista que “No hay nada más desconocido para un Colombiano que el Amazonas”. Con El abrazo de la serpiente no solo pretende descubrir esta inabarcable selva a sus compatriotas, sino mostrarla al resto del mundo desde una perspectiva pocas veces tratada. Si a menudo solemos ver ese territorio como lugar de conquista, con los colonos llegando a un pedazo de tierra que descubren para civilizarla, en esta ocasión plantea la situación desde ambos puntos de vista; la del propio nativo y la del explorador extranjero. Y recalco un explorador, porque su objetivo es investigar, estudiar la zona, no arrasar con ella. De esta manera, se gana la confianza del indígena que acepta el reto de hacerle compañía en su objetivo de buscar la Yakruna, una planta que según la leyenda le permitiría soñar.
El choque de civilizaciones es el tema que trata El abrazo de la serpiente. La de dos formas de ver la vida y relacionarse con su entorno. El chamán Karamakate pone unas normas a sus visitantes que éstos no entienden. Les dice que la naturaleza tiene sus tiempos, a veces puedes tomar comida de ella y otras veces no. Ellos no pueden comprender esta dinámica. Están acostumbrados a tomar lo que tienen delante sin hacer preguntas, sin observar, sin sentir que a lo mejor no es el momento. Lo cogen porque está ahí. Pero aceptan estas leyes no escritas porque quieren descubrir algo nuevo. Y a lo mejor, de ese esfuerzo por intentar comprender al que tienen delante, surge el conocimiento, y solo deben dejarse llevar, aceptar las leyes que le propone el otro y salir de la burbuja que le ha impuesto su sociedad. Porque tal vez transitando por otros ríos logren llegar al puerto que ansían.
Encontramos en
El abrazo de la serpiente ciertas resonancias cinematográficas que, a pesar de resultar reconocibles, le confieren al conjunto de la película un aura de cuento, al recopilar varios temas y situaciones que podrían condensar esa época de descubrimientos y asedios en una sola historia.
Es imposible no pensar en Aguirre, la cólera de Dios y Apocalypse Now, sobre todo cuando asoma la locura en los momentos donde no hay normas que controlen los instintos más primarios del ser humano. De ahí surge la escena de ese personaje que se erige cual Jesucristo sobre los nativos, imponiendo su mando y donde se manifiesta pregonando una mezcolanza de creencias desprovistas de sentido. Todos, nativos y colonos, han vendido su alma al diablo, y aún con las imperfecciones que en su día les conferían sus costumbres, han roto definitivamente con lo que les permitía seguir siendo humanos.
Karamakate y Theo/Evan dudan y por ello sufren, y aunque a veces parezcan caer en la desesperación al afrontar lo desconocido, mantienen la compostura gracias a su actitud por ver más allá de su ombligo. Por eso pueden continuar con su viaje y no sucumbir a eso que les haría romper con su naturaleza única. Y esta debilidad es lo que le da riqueza al filme, al ver ambas partes de la contienda; la del hombre autóctono y el hombre forastero como parte de un todo.
Como haría Kubrick en 2001 Una odisea del espacio -una película aparentemente en las antípodas de ésta, pero que guarda similitudes no solo en su objetivo sino también en sus formas- Ciro Guerra pretende mostrarnos algo distinto. En este caso el Amazonas, como un lugar por explorar, un descubrimiento para todos aquellos que tienen interés en acercarse a él. Y lo hace desde la mirada primigenia de un espectador occidental, con una fotografía a imagen y semejanza de la captada por los exploradores de la época; ofreciéndonos un blanco y negro prácticamente sacado de las fotografías hechas en sus expediciones. No nos quiere distraer con los vibrantes colores de la selva, nos quiere situar en un punto intermedio y de esta manera mantenernos en la distancia justa para poder observar, sentir y aprender.
Biografía del autor
Alejandro González Clemente (Cáceres, 1986) es Licenciado en Comunicación Audiovisual (UCM) Ha trabajado como Coordinador de Producción en tres ediciones del FICI – Festival Internacional de Cine para la Infancia y la Juventud y en la iniciativa de cine para niños Verdi Kids de Cines Verdi Madrid.
Desde 2010 se ha especializado en periodismo cinematográfico, realizando varios cursos de crítica de cine, como el Curso-Taller Caimán Cuadernos de Cine (ECAM). Es colaborador habitual en La gaceta independiente y Revista Versión Original, así como en los portales web Nuevos Vagos y Revista Magnolia.
Actualmente trabaja en el Departamento de Gestión y Secretaría académica de la Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos TAI.