DAVID LYNCH: THE ART LIFE, por Ana Sanz Crespo


BEBE CAFÉ, FUMA Y PINTA (TAMBIÉN MEDITA)


A estas alturas y esperando con deterioradas luces de neón el regreso de Twin Peaks el 21 de mayo, ¿encontramos en este estreno alguna primicia lynchiana que cambie nuestras vidas y nos transforme en mejores personas? Si te encuentras entre los que han atrapado los peces dorados de David Lynch, tropezarás con un par de hallazgos. Si te atraen sus trabajos pero no has descubierto ningún documental sobre su poliédrica genialidad –lecturas aparte- estás obligado a visionarlo.
David Lynch: The Art Life (2016) captura dos momentos sublimes para todo aquel que haya forjado su educación sentimental en torno al universo Lynch. Uno en el que pinta con su hija Lula de tres años (deseamos sea más afortunada que el entrañable personaje creado por Barry Gifford). Y otro donde logra estremecernos al recordar, con una mirada inundada de nostalgia, el momento más feliz de su vida: el rodaje de Cabeza borradora (1977).  Después de una filmografía deslumbrante, ¡escoge cuatro años de rodaje infecto en unos establos del American Film Institute, interrumpido en ocasiones por falta de dinero! Posteriormente Mel Brooks llamaría a su puerta para dirigir El hombre elefante (1980). Y ahí cambia su vida, pero eso ya no forma parte de estas memorias filmadas.
Y aquí reside el valor de esta cinta: David Lynch con setenta años. Porque otros documentales, que también abarcan su faceta de pintor o su extraordinaria implicación en cada departamento y durante todas las fases de sus películas, son más redondos. Como el clásico Pretty as a Picture: The Art of David Lynch (1997) o Lynch One (2006) donde vivimos su pesadilla para rodar Inland Empire(2006) o cómo la meditación es nuestra oportunidad para sumergirnos en la creatividad pura.
Lynch siempre quiso ser pintor, como el padre de su amigo Toby, Bushnell Keeler, el primer artista profesional que conoció con quince años y que más le enseñó sobre el arte visual.  Gracias a Keeler llegó a sus manos el que se convertiría en su libro de cabecera: The Art Spirit (1923) de Robert Henri, entonces nació su sueño de beber café, fumar y pintar. Y hasta hoy. Desde que con dieciocho años se sintiese fascinado por la obra de Francis Bacon hasta la lámina de El jardín de las Delicias de El Bosco que ahora cuelga en su despacho, Lynch siempre ha sido fiel a sus quimeras (con varios fiascos de todo tipo). Tal vez por esto sea uno de los mejores creadores audiovisuales de este siglo y del anterior.

En España tuvimos la suerte de disfrutar en 1992 de una fantástica exposición de David Lynch con cincuenta cuadros y fotografías, de la que la sala Parpalló de Valencia editó un libro que no deberían perderse. Ojalá este documental ilumine a quien todavía no conozca a Lynch o a quien no ame con pasión y delicadeza su trabajo o comience su búsqueda. Ojalá logre traer una nueva exhibición de sus creaciones pictóricas y fotográficas por estas tierras, porque el Club Silencio está en París. Y Twin Peaks no existe.













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