por Verónica Garcés
Si algo positivo hay durante la canícula espantosa que estos días azota la capital es la de poder refugiarnos en un espacio como La Casa Encendida para sumergirnos en la frescura del particular universo plástico y creativo del cineasta Gus Van Sant.
Y es que la muestra retrospectiva sobre Gus Van Sant que, desde Minicritic, nos atrevemos a recomendar es básica y vital para todo estudiante y aficionado al cine porque propone un recorrido a través de fotografías, acuarelas, storyboards, figurines, collages, carteles… que nos llevan a participar de su universo y ser testigos privilegiados de lo que se va gestando en el taller del artista. Porque lo sobresaliente de este cineasta, nacido en Kentucky en 1952, es que el conjunto de su obra (especialmente, la cinematográfica), sus historias y el contexto en el que se fraguaron constituyen un episodio importante de la historia americana del siglo XX.
Seguramente curtido por la obra de los cineastas del Nuevo Hollywood de los 60 y 70, Van Sant, que estudia pintura además, apunta maneras disonantes en sus inicios y se instala en una corriente de cine “independiente”, bajo presupuesto, limitada carrera comercial, desconcertante en sus propuestas narrativas, y poblado por personajes a priori ensoñados, poéticos, lisérgicos, excluidos e incomprendidos, que dibujan un panorama muy abstracto y realmente sorprendente. Es quizá, esta primera etapa la que capta nuestra mayor atención, al menos para la que esto escribe; y la muestra, así lo refleja. Percibimos que la explosión creativa es palpitante en estos primeros años, a mediados de los ochenta, cuando el futuro cineasta se traslada a Portland y empieza a coquetear con la fotografía mientras prepara sus primeros largometrajes, Mala noche (1983) y Drugstore Cowboy (1989). Haciéndose con una Polaroid, inmortalizaría las situaciones, los lugares y los rostros con los que se iba topando, y así, por su objetivo, irían desfilando para sus castings cientos de actores, actrices, escritores y personajes anónimos, captando, espontáneamente, la fugacidad de aquel instante en contraste con el magnetismo y la sencillez en la mirada que cada rostro fija para la posteridad. Sólo por descubrir estas polaroids, realizadas entre 1983 y 1999, y jugar a descifrar, reconocer e identificar los retratos vale la pena haber venido hasta aquí.
Arrancando los 90, destacaría la serie que comprende 15 fotografías realizadas en blanco y negro y en color por Bruce Weber para el estreno de la excepcional My Own Private Idaho. Weber realizó una sesión fotográfica para la promoción y el cartel de la película; en ellas, se ve también al propio Van Sant entre los actores que protagonizaron el film, destacando la complicidad e intimidad tangible entre Keanu Reeves y River Phoenix. Las fotografías se publicaron en el número de noviembre de 1991 de la revista Interview, junto a una entrevista original a sus dos protagonistas.
Continuando con la exposición, merece detenerse también en dos figuras clave en la historia de la Literatura y que marcan sin duda la heterogénea obra de Van Sant. Fascinado por la Generación Beat y la contracultura americana, el poeta Allen Ginsberg aparece en diversas instantáneas de 1992 en un autobús junto a Ken Kesey (autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, y al que Gus Van Sant le dedica la película Gerry) en lo que posiblemente sería el germen del cortometraje Ballad of The Skelletons; y sobre todo, el célebre William S. Burroughs al que el cineasta conoce durante sus años de estudiante y con el que a partir de entonces realiza diversas colaboraciones musicales y fílmicas, destacando su papel de cura toxicómano en Drugstore Cowboy.
Más floja e indiferente, aunque no por ello menos sorprendente, me resulta su pintura, que ocupa un espacio amplio en la retrospectiva al presentar una selección de acuarelas sobre papel de gran formato. Sabido es que el cineasta desarrolla su afición por la pintura al margen de su carrera cinematográfica, pero es evidente que en ella encontramos también evocaciones a su filmografía, y especialmente a los personajes masculinos que sobresalen en su cine, como el malogrado River Phoenix, los protagonistas de Paranoid Park o el Michael Pitt de Last Days. Retratos un tanto inexpresivos, aniñados, de materia pictórica muy aguada y en tonos pastel que lo alejan de la personalidad rotunda que caracteriza el resto de su obra.
Junto a algunas de sus proyecciones más experimentales, entrevistas, proyectos de carteles, una cajita homenaje a Harvey Milk y hasta diagramas en los que dibuja diseños gráficos y narrativos de sus guiones para una visualización rápida de las secuencias (entre ellos, el proyecto sobre John Callahan, actualmente en cartelera), el conjunto de la muestra, que podemos visitar hasta el 16 de septiembre, no defrauda en absoluto y nos entusiasma tanto que nos anima a seguir descubriendo el universo Van Sant, a ver su último film, a revisar sus películas, a seguir viajando al mundo de las minorías que retrata y, en suma, a aplaudir la obra de este artista genial.