Sinónimos es una película de carácter autobiográfico, donde su director, Nadav Lapid (La profesora de parvulario), se enfrenta a sus propias vivencias con la actitud del paciente que se tumba en el diván de la consulta médica. Es un ejercicio de memoria que podría remitir a Vals con Bashir, experimento de Ari Folman para consigo mismo, en el que los recuerdos documentales se mezclaban y confundían con las pesadillas animadas. En este film encontramos una libre conjunción e interpretación de géneros o formas de entender el cine. Pues bien, en su nuevo trabajo, Lapid lleva mucho más allá esa sensación. Justamente la que su álter ego busca con desesperación. Tanto, que llega a considerar su nacionalidad como una enfermedad a la que debe aplicarse una terapia de shock. Avergonzado por su origen israelí, un país Israel que, a su entender, ha confundido el amor propio con el odio a los demás y el orgullo con la provocación, el hombre decide apostarlo todo a la triple promesa francesa de igualdad, fraternidad y la libertad. Para ello, jura no volver a pronunciar jamás una sola palabra en hebreo. De ahí su afán de recitar sinónimos de cada definición. Pero en el film hay mucho más ya que, bajo un barniz acogedor, los franceses ven al inmigrante como algo exótico que nunca terminan de integrar. Hay escenas memorables y si de algo peca la película es de alguna reiteración innecesaria, pero en conjunto es un film que invita a la reflexión.