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Proyección especial Sátántangó

Para conmemorar el 25º aniversario del estreno de Sátántangó, la gran obra del director húngaro Béla Tarr, el festival D’A Film Barcelona en colaboración con Filmin han puesto a disposición de los usuarios una versión 4K completamente remasterizada a través de la plataforma. Se trata de una oportunidad única para degustar este film de 440 minutos de duración (más de 7 horas) que desde minicritic recomendamos a los amantes del cine contemplativo en la línea de grandes directores como Tarkovski, Antonioni o Dreyer.

Por Alejandro Álvarez

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Antes de entrar en la trama, conviene explicar ciertos detalles estructurales y de estilo de este opulento filme: se trata de una adaptación libre de la novela homónima del escritor húngaro László Krasznahorkai, amigo de Béla Tarr y con quien ya había trabajado en su anterior filme Kárzohat (La condena). El libro trata el tema del fin del comunismo en Hungría con un nihilismo pesimista que denota un cambio sociopolítico sin postularse a favor ni en contra, utilizando una historia de tintes bíblicos en su desarrollo. Cuenta con una estructura singular, por la que recibe tal título, dividida en 12 capítulos que se desarrollan simultáneamente (6 adelante, 6 atrás como en el tango) abarcando el mismo día desde la perspectiva de todos los protagonistas que conforman esta obra coral, adscribiéndose a la experimentación narrativa que eclosionó en los años 90 -en estrategias como la de las historias cruzadas-,  de manera que se desarrollan los mismos temas desde distintas perspectivas y el hilo argumental se extiende desde los distintos rincones que componen la historia. Sin ceñirse a un guion preconcebido, Béla Tarr convierte el film en una obra abierta, dejándose llevar por las actuaciones y el momentum de las secuencias, pero a su vez narrando cada capítulo sin dejar nada atrás del libro en el que está basado, lo que la convierte en un film que, a pesar de su minimalismo argumental, está lleno de mensaje y contenido en sus 7 horas de duración.

La acción se desarrolla en Hungría, a finales del régimen comunista, en medio de una aldea que se ve afectada por una grave crisis que se manifiesta, por ejemplo, en el libre albedrío de las reses que se desperdigan desde una granja colectiva. Es el escenario perfecto para la desolación de un Béla Tarr que plantea dilemas morales que van desde lo básico -el bien contra el mal- hasta lo más complejos -el individuo contra el colectivo-, y que se deriva en una reflexión sobre el aislamiento social, tan en boga actualmente. En la aldea solo quedan unos ocho habitantes y sus malogrados sueños se ven ofuscados día tras día por las interminables lluvias del inminente otoño. Y cada uno de los personajes tiene su lugar y su tiempo, durante el mismo día: el cineasta húngaro nos invita a identificarnos con ellos y sus pensamientos a través de largas tomas de hasta 10 minutos de duración en un riguroso blanco y negro. Son el paradigma de la miseria humana, sí, porque llegan a ser ruínes y mezquinos entre sí, pero a la vez dejan filtrarse trazas de un espíritu de convivencia que cada vez pierde más su sentido. Comienzan a urdirse conspiraciones, secretos entre los pueblerinos que planean marcharse con todo el dinero recolectado en el último año y abandonar esa vida que los tiene abocados al fracaso, pero a la que se aferran como alcohólicos a una botella de vodka. Se anuncia la llegada de alguien que había estado desaparecido durante un año y medio, el llamado Irimías, un falso profeta al que todos parecen temer y a la vez idolatrar, que tiene un plan para el pueblo y que pondrá en entredicho el destino de cada uno de los habitantes.

Con este planteamiento argumental y un ritmo de imágenes casi mortuorio, es un filme sin comparación dentro del género, que emplea numerosos simbolismos para aproximarse al hastío y a la soledad que sienten los personajes, tan unidos y a la vez tan lejos. La sombría fotografía se apodera de largos planos secuencias, en los que el espectador está siendo conducido hacia un no-lugar en el que lo mundano vira hacia lo abstracto y en los que el paisaje se cierne sobre sus propios paisanos como una implacable condena. Esta relación entre el ser humano y su entorno se ve llevada hasta el punto de asemejar sus conductas con la de los propios animales, actuando el demiurgo fílmico para penalizar cada uno de los errores y dejando sin recompensa sus aciertos. Cada secuencia plantea una pregunta sin respuesta, conformándose así como una tesis sobre la búsqueda de un sueño ya perdido desde el inicio.

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Sin dejar de lado la comicidad de algunas secuencias, se trata de un filme emocionalmente pesaroso, en el que la metafísica de la historia se sobrepone a la propia trama, con el retrato descarnado de las repercusiones sociales y políticas de la Hungría postcomunista. Esto es lo que hace grande a Sátántangó por encima de su duración y su excelsa cinematografía: convertir una realidad sociohistórica en un cuento desangelado que a su vez plantea un dilema aún más grande al espectador. ¿Fue la deriva contemporánea del comunismo un flagrante error?, ¿o fue el comunismo simplemente otro gran disparate de las ideologías del que las sociedades han terminado saliendo?. Pero, ¿somos más animales en un sistema o en otro? ¿o fue nuestra propia condición humana la que nos hizo convertimos de nuevo en animales? La visión de Béla Tarr puede ser negativa y derrotista al respecto, pero solo con la anulación de todo consigue realmente levantar todas las preguntas posibles acerca del tema, crear una obra apocalíptica que transmite a la perfección el sentimiento de una nación en momento inestable y crítico para ella, por ello Sátántangó siempre será recordada como uno de los mayores ejemplos de cine contemplativo en todo su esplendor, una experiencia totalmente inmersiva que sin duda merece verse al menos una vez en la vida.

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